Me gustaría detenerme a pensar en las consecuencias de las inseguridades. Propias pero especialmente ajenas, que revierten y afectan, impactando en el centro de una diana no imaginaria. Acciones y omisiones de a diario que repercuten en terceros y en tod#s aquell#s que rodean nuestros universos. Pensé en habilidades de líder que ahora no aparecen como deberían. En aprendizaje constante, puliendo aristas y formas de hablar. Escuchando silencios y esperando gestos con la esperanza frágil de que vayan a llegar algún día, consciente de que no serán. Jornadas compactas y apenas sin distinciones en las tres octavas partes que las componen: una para la familia, otra para el descanso y la última para el trabajo. Religiosamente estancos, como a mi me gusta. Y tan mal como lo vengo haciendo en los últimos meses, con la frustración cargada a las espaldas y el peso repartido sobre los cuadriceps y los párpados agotados, a medio camino...
Jor-nadas.
ResponderEliminarJo...nada.
Para escuchar silencios, un paseo nocturno por un barrio gótico pensando en los compartimentos estancos. Es curioso que al final del día, a años luz de distancia o al otro lado de la calle, sean tan nuestros los pensamientos ajenos. Será la edad?
Un beso.
Debe ser la edad sí... ;).
ResponderEliminarLos inseguros siempre intentando hacer lo correcto para agradar al resto, para conseguir su aprobación, pero casi siempre la pifian. El primer impulso suele ser casi siempre el bueno, el inseguro lo deja pasar por alto porque se pierde en las mil opciones que considera, para cuando toma la decisión que sea ya se hizo tarde, la vuelve a pifiar y vuelta a la inseguridad, y así en pescadilla que se muerde la cola....
¿Tan mal, tan mal sparkling? No te autoflageles!
Un beso con párpados medio cerrados también.
A mi me parece que muchas veces esperamos, sin hablar, sin pedir, más de lo que los que nos rodean esperan. Nadie es adivino. Es más, muchas veces hasta hay que gritar para que nos oigan.
ResponderEliminar