Voy a decir algo impresionante. Fíjense bien, por favor, porque es la primera vez que lo vivo, que lo pienso, que lo escribo y que me sucede. Siempre hay una primera vez hasta para encontrarse hablando con propios y extraños, conocidas de siempre y desconocidas recientes, y que una de estas últimas, al verte hablar, se te quede mirando con sorpresa y admiración y sin más lance tu nombre y primer apellido, preguntando si eres realmente tú misma. Bien, no tendría gracia [razón por la cual jamás lo escribiría] si no fuera por el detalle de que han transcurrido cuarenta (40) años desde que nos cruzáramos la última vez, en un lugar tan entrañable y en nuestro caso idealizado parvulario. He enmudecido porque procedía, rápidamente, responder algo así como: "vayaaaa y tú debes de ser....." pero yo, maestra en fisonomías, memoria y, sobretodo, retención de nombres, me he quedado profundamente en blanco hasta que algo, algo muy pequeño, un detalle imperceptible, ha desatascado mis recuerdos y he conseguido no equivocar ni el nombre ni la persona. Lo impactante ha venido cuando, admirada, la he felicitado por haberme reconocido tanto tiempo después y ella ha soltado con naturalidad un ¿pero cómo quieres que no te reconozca si estás iguaaaaaal!!!!!?. En este punto las coetáneas que nos acompañaban y envolvían en un razonable corro han empezado a odiarme porque cuarenta años es mucho tiempo. ¿O no?
He de decir que yo he sido quien se ha quedado más impresionada con el encuentro. O bien que ella es una gran disimuladora que considera habitual eso de no volver a ver a alguien [a quien te unió una estrecha y verdadera amistad porque ya se sabe que las infancias son tremendas] que vive en tu misma ciudad, en barrios colindantes, por cuatro hermosas décadas. A mi no me gusta, al contrario, me molesta y debo decir que a lo largo de nuestra vida he pensado esporádicamente en ella y en aquel tan típico qué habrá sido de... A pesar de todo lo cual nos hemos despedido con un par de besos y una de esas caricias [repetidas y verticales] en la espalda que se dan con la palma de la mano abierta por completo y se prolongan algunos segundos de especial proximidad. Solamente. Ni un cruce de teléfonos ni un deseo de volver a coincidir o vamos a quedar algun día para unas copas, por ejemplo. Nada. Solo los besos. Sé que tardaré en olvidar el impacto de esta mañana. Qué diferente vida nos hemos construido, ella y yo...
sparkling,se conserva usted en formol?Donde hay que firmar para eso?;)
ResponderEliminarUn beso de 40 anyos no es nada o si, en este caso si....
A mi me reconocen más que reconocer yo, y eso que siempre he pensado que tengo buena memoria, pero la gente, físicamente, puede cambiar tanto... Eso me pasó hace un par de años en unas coferencias sobre literatura en la Fundación MAFRE de Madrid. Varias de mis antiguas compis me reconocieron sin dudar y yo con la mente en blanco. Qué verguenza pasé. Eso si, en cuanto soltaron sus nombres solté yo sus apellidos.
ResponderEliminarFueron muy majas porque al dia siguiente una de ellas llevó la famosa orla de fin de carrera y joé, si qué habian cambiado y desde luego no habían pasado 40 años. Quedamos en quedar, una de ellas se encargaba, pero hasta ahora...
silbante: con la cara lavada, simplemente. Lo demás no me sienta nada bien... ;) Beso.
ResponderEliminarISABEL: gracias por la visita y el comment. Bienvenida. Ya se sabe, que este tipo de encuentros informales son tan informales...
He hecho la cuenta y no es posible que estés igual. Para nada. Lo siento, sparkling. Entonces el pelo lo tenías más rubio... y los ojos... y la nariz... qué me dices de la nariz?
ResponderEliminarVictoria: en las cuentas no miento, como sabes. En lo de que me recuerden igual yo no puedo cambiarlo... Pero tienes razón: con el tiempo he ido perdiendo, considerablemente.
ResponderEliminarSinceramente, sparkling, creo que es una suerte que no estés igual. Créeme.
ResponderEliminarBeso.