El viento sopla fuerte esta noche en el desierto. Se han volado las tiendas. La tempestad levanta la arena como si la moviera un ejército con palas construyendo algo urgente y se me cuela por todos los rincones de la piel, aunque me proteja los ojos con el antebrazo derecho y los lleve cuasi cerrados. Entra igualmente. Debo inclinarme hacia delante para vencer la resistencia del viento violento pero no creo que sea nada personal. Es una tormenta de arena como las que tienen lugar en cualquier desierto de tanto en tanto. Y tanto. La noche cerrada de cielos negros y estrellas pequeñas no permite ni adivinar qué tengo delante de mis pies y mis pasos son -en consecuencia- breves y cobardes, tanteando terrenos desconocidos con las puntas de mis botas de hacer excursiones por la montaña o grandes caminatas por senderos y por ciudades. No hay manos ni compañías en esta ruta de hoy. Fueron por agua a diez kilómetros y no supieron regresar antes de que la tormenta me pillara a mi también fuera de las tiendas antes de que se volaran y perdiera toda referencia para saber y ser capaz de regresar a ninguna parte. Todo se cubrió de arena súbitamente y de soledad; y nuestras cosas se desaparecieron debajo, así que no hay lugares ni compañías a los que amarrarse entre desgarros y lágrimas pequeñas, que están creciendo para hacer su aparición bien cargadas. Todo esto es tan difícil...
Aún no son las cuatro cuarenta y cuatro.
ResponderEliminarDemasiado...
ResponderEliminarSaludos
TLS: pero lo serán, supongo...
ResponderEliminarcandela: te lo prometo...