No siempre me luce el sol ni el viento sopla suave. Mi jardín a veces no tiene agua suficiente y las fuerzas telúricas a veces dejan de ejercer presiones. O no hay sonrisas y muchos silencios. No soy Alicia ni mi país maravilloso. Siento esos miedos que solamente dan el temor a la pérdida de la vida, a la incertidumbre de lo que ha de venir y no conocemos, a los sufrimientos y a los dolores, miedo al miedo, el de por la noche a oscuras y toda redonda en la cama, de lado, abrazándote y cerrando fuerte los ojos bajo la sábana, en un conjuro raro para desaparecer, que siempre resulta fallido. A veces en mi vida hay lugares incompletos y vacíos en las sillas y también llevo los bolsillos llenos de papeles que me recuerdan. Sonrío con una mueca triste, cuando me siento única. Pero no como sinónimo de exclusiva, no: sino de sola, impar, dejada y abandonada, en medio del río que, en mi casa, baja turbio porque ha llovido fuerte y el agua es marrón y opaca y sin brillos ni matices, como las personas grises, que ni frío ni calor sino todo lo contrario. A veces en el salón recuerdo oraciones para que regresen los momentos felices de felicidad verdadera e inconsciente, fugaces, intensos, significantes y sin repetición, tantas veces, apenas percibidos ni perceptibles. Algunas veces dejo de sonreir y se me nota que busco todo lo que permanece de bueno, lo bondadoso, lo mejor y verbalizo algunas cosas, las que me resultan más fáciles de pronunciar sin que se me coma la vergüenza y el pudor que se me tatuó en el córtex o en cualquier otro lugar extraño que ni siquiera he estudiado. Hay días en los que por la mañana cargo conmigo a cuestas y echo a andar...
Hay días sparkling, en que hay que seguir, y seguir, y seguir, y se sigue porque una no se desaparece cuando quiere, pese al temor, pese al dolor, pese a los miedos. Es esta lucha constante que viene siendo la vida, y va a haber (si o si) que ganar la partida y hasta contarse veinte.
ResponderEliminarTe sigo muy de cerca.
Abrazo centrípeto.