Todo eso va a esperar. Los ladrillos que sigo debiendo saltar para acceder a mi teclado, los correos que no dejan de entrar, las respuestas que están esperando. Por una vez, ahora, van a esperar. No es exactamente irresponsabilidad ni dejación de mis obligaciones ni egoísmo por dejar pasar primero mis necesidades. Sigo en la fase del qué puedo hacer yo por ........ en lugar de esperar a que .......... haga algo por mi?, tan habitual; sigo pisándome el ánimo cada vez que doy inicio al movimiento alternativo de mis piernas cuando me dispongo a caminar, porque el balón sigue ahí. Pero ahora necesito detenerme a recordar algunos momentos, afilar la sierra (E. Covey en Los 7 hábitos...) y retomar fuerzas; revisar los momentos más intensos de esas últimas horas del fin de semana, los paseos a la orilla del mar y entre viñas en plena vendimia, las manos teñidas de garnachas y cariñenas en perfecta maduración, el remontado de mostos y la analítica de acidez, temperatura y grado. Oirme repetir la misma frase (...pero qué regalo más bonito que me has hecho...), de cerca, de lejos y vocalizando en silencio. La elección de restaurantes y dedicarme, sin ninguna prisa, completamente, a pasearle la piel, caminarla, durante horas, los teléfonos en modo vibración y sin actividad. Hay momentos gloriosos que merece la pena revisitar, repasar, memorizar porque la eternidad es etérea y finita, la memoria falla y el tiempo lo modifica casi todo, sin querer. No sé hacerlo de otra manera pero me gustaría ser capaz de tener recuerdos de momentos reales que permanezcan así, inalterables, fijarlos en dondequiera que se alojen los recuerdos para tener la certeza de que al menos esto no va a cambiar...
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