miércoles, 7 de noviembre de 2012

Los puntos suspensivos son sólo tres y van seguidos de espacio...

La serendipia ha hecho que hoy le ponga nombre a algo que hace mucho que sé de mi misma. Nada cambia pero es como dar cara a las personas con las que correspondes, por ejemplo: libera y da calma, al menos a mi. Confieso, sin embargo, que la fuerte atracción debe venir acompañada de piel. Y voy a dejarlo aquí porque es una anécdota, el tema, consecuencia de la casualidad... como ya he dicho.

El tren ha irrumpido con tanta fuerza en mi cotidianeidad, que empiezo a ser capaz de caminar entre vagones con naturalidad profesional, como si esos vaivenes que provocan los socavones que fueron noticia que abría telediarios y que a mi me hicieron jurar que jamás dejaría el aire, Barajas ni el Prat, porque la tierra era demasiado peligrosa, nos engañarían y alguna vez un largo tren acabaría deglutido. Como si esos vaivenes, decía, no fueran capaces de romperte la cadera mientras te colocas una enorme sonrisa que disimula el dolor físico, el del ridículo y hasta el amor propio maleado... Pasan los años y no suceden esas cosas, yo he cambiado de hábitos [jamás pensé en hacerme monja, por cierto] y padezco modificaciones físicas evidentes, que asumo con dignidad y tristeza.

Tengo el convencimiento de que cada día está lleno de infinitas posibilidades, sonrisas escondidas, retos, personas interesantes que te arrancan carcajadas deprisa en conversaciones arañadas, cada día está lleno de ti y de tus voces, los detalles compartidos y el devenir privilegiado de una época maravillosa que no acaba, contra todos los pronósticos que nunca ha hecho nadie. Vale. Un poco pastelero, queda. Pero, ¿qué quieres? Estoy destrozada...

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