Otra vez una noche tropezada y dividida en tres. La desolación y el silencio que me empujan a acelerarlo todo y meterme en la ducha, la impaciencia, se multiplican por mil cuando suena el despertador y se incrusta en esa zona pequeña que tenemos sobre la nariz, entre las cejas; ese lugar que se frunce con el paso del tiempo y las inquietudes. No son preocupaciones, en realidad. Ahí se instalan algunas tristezas, nervios y sobretodo todas las risas.
Ayer le pregunté hacia dónde iba yo. Con semblante serio confesó no saberlo y yo me dibujé como dando vueltas sobre mí misma, en inútiles círculos concéntricos. Da el pego porque, como camino deprisa, parece que tengo muy clara mi dirección, mi destino, cuál será el futuro. Por mucho que trabaje lo de las debilidades y hayamos tomado conciencia común de las fortalezas que nos hacen invencibles [ya será menos, claro; pero es positivo pensar de esta forma], sigo sin saber con exactitud. A veces me atrevería con todo y me comería medio mundo. Luego me atraganto, me asusto y me quedo en el sitio.
Creo que hay posibilidades. Venga, acércate. Atrévete. Deja otra señal, unas letras, una voz. Ni nos imaginamos lo que nos espera, cuánto vamos a divertirnos hablando deprisa, pisándonos la vez y la voz, comenzándolo todo, atreviéndonos...
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