Mi tren espera en la vía 5. Quería huir y todo el universo ha pensado lo mismo que yo. No voy a hablar de trenes. No quiero hablar de huídas. No hablaré de nada. No querría porque no procede, porque es pronto, quizá porque es precisamente demasiado tarde. Terapia de choque ocupacional, sin ver el teclado, sin necesidad de pudor, que a estas alturas mi invisibilidad es más que evidente y seguro que nadie observa nada. A veces, respiro deprisa grandes bocanadas. Cuando me acuerdo. Entonces me implico y decido avanzar, dejar la mente en blanco, esperar que vuele el tiempo, a despertar. Compartiendo mi anorexia en algún lugar de la ciudad que jamás recordaría, he observado a una pareja. Mediana edad. Elegantes, han elegido la mesa más discreta y apartada, han ordenado su comida ligera (nada comparable a la mía, naturalmente) y se han puesto a charlar. En cuanto he regresado mis ojos (que cada vez son menos de color azul indantreno y más opacos, ¿verdad?) al lugar, me ha cautivado la escena de un beso adolescente, sensual, profundo y prolongado, entre otras cosas. A su edad. Qué maravillosa envidia. Por el sentimiento que no sé si compartían entonces, más allá de otras tensiones que estaban resolviendo en aquel preciso momento y que necesariamente iban a continuar en algún lugar lleno de intimidades. Por la publicidad. Por la falta de pudor y de vergüenza. Por la entrañable desfachatez de canallada juvenil y por la fuerza que produce el engaño voluntario, consciente. Brillaban, como el agua de un río. Como unos ojos llorando. O la nieve que refleja un sol. Como unos labios sobre los que se acaba de deslizar la lengua que humedece las palabras que no se dirán sobre besos que no se darán. Decía, perdón, que no quería escribir y que no quiero. Pero a veces la vida se incrusta, se introduce y se coloca bajo la piel, entre los pliegues, dentro de los poros y te das cuenta que el castillo de naipes es mucho más frágil de lo que jamás imaginaste, tanta soledad. Tanta gente. Tantas vidas y tan distintas. Todos los mundos y tratar de acotarlo todo, ubicarlo en la zona de error involuntario. No hay alternativa ni otra salida. A mi alrededor, pequeñas multitudes en tránsito, que se van a ir dispersndo de forma radial por nuestras geografías, por el espacio. Una mujer joven, de lacia melena rubia, sonríe mirando la pantalla de su teléfono móvil, cada vez más, en una conversación que la está llenando de vida, mientras espera la llamada de la voz que anunciará una salida inminente hacia algún lugar al que pertenece y en el que, es de suponer, alguien la estará esperando. No he podido evitarlo. Y hubiera debido. No he podido hacer que no sucediera, a pesar de las señales, las sospechas, los temores. No he podido. No. Y he retrocedido hasta épocas oscuras que me juré no revisitar. No he podido evitarlo y hubiera debido. Eso es todo lo que puedo decir, sin que se note demasiado lo que me gustaría gritar, para que no parezca que estoy diciendo lo que nunca debería haber dicho...
Para no querer hablar de nada, has hecho un uso más que extenso de las palabras. ¡Aing, el día que quieras hablar! Nada de opacidades, por cierto ;)
ResponderEliminarMe gustan: los andenes, las estaciones de tren (algunas), el ir y venir de la gente e imaginarme sus vidas, los encuentros y nada nada las despedidas.
Créeme no lo parece...
Un beso, sparkling.
Silbante: ya sabes, me das cinco minutos, un teclado y ganas y... Mira!!! No sé qué es lo que no parece. A qué te referías? Un beso. :) Y gracias...
ResponderEliminarNo parece que estés diciendo lo que nunca deberías haber dicho. Parece un trabalenguas, por cierto.
ResponderEliminarBuen fin de semana, sparkling. Y si el cielo está encapotado, el desencapotador que lo desencapote...
Un beso :)