Es una casa de campo, en un campo cercano a la gran ciudad, recién rehabilitada persiguiendo determinados origenes familiares, entre viñas. El lugar perfecto para evitar interrupciones innecesarias. La sala contiene una mesa rectangular que hace las funciones de mesa de trabajo para vestir luego un sobrio mantel de grueso lino gris, pulcra e impecablemente planchado, transformándose en cómodo comedor. Sus correspondientes sillas y alguna que excede las necesidades. Algún aparador, un platero y un par de estanterias de madera. Todo pintado en una gama de blanco a gris medio, decapado. La tapicería y los cojines siguen la misma combinación cromática. Velas sin encender en diferentes lámparas de cuatro brazos, bajas, con lágrimas y el absoluto protagonismo para una chimenea, que ha estado siempre encendida, acompañando y moderando el frío húmedo de hoy. También aquí ha llovido todo el día, dulcemente...
Ubicada a la diestra del anfitrión, he tenido durante todo el encuentro (es el embrión de futuros próximos de enormes magnitudes) una ventana de frente, a través de la cual me alejaba y volvía a regresar; he adivinado árboles mojados, lluvia, un cielo con niebla baja y toda la nostalgia. Me he dado cuenta de que todavía es invierno, a pesar de que los días se alargan y ya es perceptible. Como cuando aterricé en el sur y me encontré con una puesta de sol de un rojo intenso, tan inolvidable como tu fuerza. Y necesito la primavera como te necesito a ti...
Haz alguna maleta y vente conmigo. Hay playas de azul turquesa y arena rubia. Lo sabes? Hay lugares en los que basta con algo de calzado y un par de pareos. Conozco azules profundos que se navegan a nueve nudos y el viento te despeina. Tomar un avión y amanecer a seis mil millas y veinte mil pies, contigo. Despertar a media noche entre urgencias y que sea imposible la reconciliación del sueño hasta la rendición del agotamiento. Sentir hambre y sed y volver a empezar por un rincón inexplorado de tu piel, de cada uno de los pliegues. Y regalar lo que solo una vez antes. Volver a sentirse, volver a empezar, en todos los lugares del mundo. Tan lejos y tan cerca...
[El título del post no es mio, si no un regalo. Tiene dos lecturas, aunque quien lo pronunció pareció no ser consciente de ello: me fue dicho en la acepción menos posesiva de las dos posibles. Que conste].
Oiga usted, lo bien que invita a viajar, y también a viajar. ;)
ResponderEliminarUn beso, sparkling
silbante, silbante, silbante: bienvenida!! ¿Viajamos? al oeste, al este... No importa el destino si no el camino, ¿no? Un beso.
ResponderEliminarEs verdad, sparkling, lo mejor es el camino.
ResponderEliminarEstá usted muy sabia. O lo es.
:)
Un beso.