Perseverante y disciplinada, sigo. Averiguando, estudiando, aprendiendo, tomando notas, visualizando, hablando muchísimo. He constelado y no ha dolido, como suponía. Ayuda a ordenar, disponer, visualizar y verbalizar. Hacerlo mano a mano con el terapeuta no sé si es bueno o malo pero ha sido útil y no he sentido timidez ni vergüenza, como hubiera sido normal. Somos mucha gente en este momento de mi existencia. Demasiada. Prometo que me esfuerzo por separar y comprendernos a todos, tan cruciales, pero me declaro incapaz en muchas ocasiones de darle a cada uno lo que se merece, aunque sea el silencio, una negativa o la indiferencia. Porque no todo el mundo es acreedor, ahora, de largos abrazos y besos infinitos que reconfortan, recomponen, recargan y, simplemente, te hacen sentir que vivir vale la pena...
Volver a casa es algo muy difícil de explicar. Hay imagenes que se han incrustado en el córtex para siempre, frases oídas por casualidad y que no se repitieron, entre susurros, canciones cantadas al oído, muy bajito; declaraciones increíbles pero rigurosamente ciertas, idénticas a mis propias manifestaciones. No tengo idea de lo que ha de suceder mañana. A partir de entonces. Me basta lo que he vivido, en ese largo paréntesis en el que nos introdujimos, para empujarme hacia adelante. No sé hacia qué lugar van nuestros caminos, nuestras mentes, nuestra existencia y el futuro. Confieso que ha dejado de preocupar, hoy. Solo me dejo llevar. Me quedo con lo que fue real, lo que pude tocar y saborear, las miradas y la piel, las caricias y la voz. El sentimiento. Único, exclusivo, increíble, inolvidable...
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