Una diría cuán simple es definir la palabra "miedo". Y, sin embargo, nada tan cierto y paralizante como cuándo se instala en tu vida, una y otra vez, repitiéndose. Ya no apelas al cosmos ni al karma. Esa fase está superada, la incomprendes, nada tiene explicación y ya no eres racional, ni lo quieres ni lo pretendes. No encuentras el motivo y las palabras de consuelo suenan mal, a veces como insultantes. Ya te despides un poco de todo. Y tomas distancia. Mucha.
Y sabes qué es, el miedo. Todas las clases de miedo. En sus diferentes matices. A la noche, de pequeña. A los animales. A la soledad. La traición. Dolor. Pérdidas. Puñaladas rastreras, traperas, espalderas. ¡Ah! y a la mentira, también. A los traidores con caras amables que te despedazan gratuitamente mientras el pulso ni les tiembla. A que te rompan promesas. A que te tiren sin explicaciones a un rincón de la vida y te dejen atrás, en un eterno siempre, gélido, mudo. Eso es miedo, entre otras cosas horribles. Pero no. No pienso en esa clase de miedo, hoy.
El miedo, hay que joderse, puede ser mucho más que eso. Que todo eso pero junto, quiero decir. Dentro de la misma bolsa, en un saco gigante, simultáneo, continuo, concatenado. Inexplicable, inesperado e increíble.
Por alguna razón, tecleas "fear" en el buscador que aparece por defecto en tu pantalla y sale esta maravilla: fear of fear.
Un día de éstos me da, consecuencia lógica de todo esto, por acercarme a la palabra "pánico" a seguir viviendo. O "cobardía" para morir...
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