Y me corrijo. Y rectifico. Porque sí.
No lloro en seco, señoras. No! Mis lagrimales funcionan perfectamente, gracias a Dios. Ignoro su funcionalidad y utilidad concreta o si es beneficioso para mi... No puedo decir lo mismo de mis pabellones auditivos, por ejemplo. Me regalan sinfonías graves y agudas, sin descanso, de forma asimétrica, simultánea, además. No hay ritmo, no son bailables. Desconciertan. Y para alguien que no tiene nociones de solfeo es difícil de interpretar.
Pero mis ojos, ay mis ojos!
He despertado temprano de mi pequeña siesta nocturna, inquieta, tortuosa y torturada y he descubierto, por sorpresa y pegada a un centímetro del espejo, que alrededor de mis ojos algunas lágrimas habían conseguido hacerse paso entre los pliegues de la piel y dejar su rastro. Prueba irrefutable de que han estado, al menos esta noche, dónde las dejé mientras luchaba contra todos los pánicos y me debatía contra mis monstruos personales.
Mi organismo está vivo, aunque es como si hubiera decidido hacerlo por su cuenta y riesgo, ahora que mi mente se despide...
Me hablaron de aceptación, ayer. Largamente. A veces ininteligiblemente, porque la filosofía se me ha dado desde siempre regular. Pero cuánta verdad (aceptar nuestras luces, habitar nuestras sombras, resignación, renuncia, aceptar lo que hay o cambiarlo si es posible, porque no somos árboles...). Gracias, Vic. Tendré que volver a escucharlo, que da de sí una barbaridad.
Y a la terapeuta que me ha recetado un largo abrazo, sin prisas, estrecho, de los que me relajan como ninguna otra cosa (casi), un beso agradecido. Siempre me has interpretado tan bien como a uno de tus mapas...
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