Al final adivino que ni siquiera llora al contarme que ya no quedan fuerzas para reconocer que no hay vida, que una soledad plomiza la llena completamente mientras se siente vacía. Los nudos que le impiden deglutir se le amontonan en la garganta y las lágrimas la inundan, por las calles mojadas que brillan y a veces le devuelven reflejos de colores, mientras camina sola y con la cabeza baja. Pierde la poca dosis de esperanza que guardaba en los bolsillos de su gabardina y suspira, hipando, con la cara entre las palmas de sus manos, abiertas. Baja de defensas, la veo. Peligrosamente inconsciente de que urge que se ponga en guardia. La tristeza no puede prolongarse demasiado y a ella la viene arrastrando desde hace ya algún tiempo. Es que nadie más que yo ve que se la está comiendo la nada del no saber y de las incertidumbres?
Quizá sea imposible encontrar una salida y regresen las sonrisas, los planes y las alegrías...
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