Que la vida no es una película de Disney lo aprendemos a los diez años, probablemente.
Pero me gusta la idea de construir una vida llena de tantos momentos bonitos como sea posible. Partiendo del valor de la palabra, la importancia de un gesto, la contundencia de un silencio, la solidez de las letras.
Hay miles de detalles ocultos, esperando a ser aflorados y la creatividad no tiene límites, por suerte. A veces repetimos, es cierto. Pero pienso que es irrelevante porque los momentos dependen de las personas que los construyen y son, por ello, irrepetibles. Otras veces, en cambio, nos desdibujamos y simplemente dejamos de ser, de hacer, incluso de sentir.
En este tiempo loco protagonizado por la incertidumbre, ahora que es momento de opacidades en lugar de brillos, en esta fase de mates, urge construir la roca a la que sujetarse fuerte, no detenerse y encontrar el nuevo ritmo, aunque de pronto el universo sea tan pequeño...
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