El verano es mudarse varias veces en poco tiempo. Olvidar cosas importantes y necesarias. Dormir en camas nuevas y sábanas distintas. No tener todas las cremas y preparar comida en otras cocinas. Es conocer gente y explicarse momentos de las vidas, caminar por caminos de nuevos paisajes. Perder el tiempo, no tener prisa y dormir mal por culpa del calor. Cargar con alguna bolsa de más y conducir. Grabar vivencias que serán recuerdos, tomar decisiones difíciles como cuándo acostarse y cuándo despertar o el menú de la jornada. Mojarse los pies en ríos y saltar al mar y abanicarse con algo de desesperación, esperando a que anochezca y refresque. Estos veranos detenidos son lo que hay, ahora. Y hay que acostumbrarse a no volar, no huir, no escapar y permanecer cerca, pacientemente, reinventándonos como si no nos dieramos cuenta de que la vida es otra cosa...
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