martes, 26 de diciembre de 2023

De viajes y de festividades largas…

Hay momentos en los que las navidades, en plural, gustan y hacen ilusión. A media vida, por contarlo de alguna manera, dejan de tener ninguna gracia. Eso sucede justo después de la etapa consumismo salvaje. Que se pasa, aunque no te lo creas.

Y entonces llegan unos festivos todos juntos, que son más si eres catalana. Y es difícil saber qué hacer con ellos, si no es posible irse al culo del mundo por problemas de agenda o porque siempre es poco tiempo. Total, por doce días no me voy a Asia, que entre que vas y vuelves y el jetlag, muy mal… Si fuera por eso, no me hubiera movido de la silla. Vamos, que la pereza es enemiga de los grandes viajes y todo se llena de excusas…

Vale que Bali está muyyyy lejos. Pero Bali vale la pena. Por ejemplo. Que se me ocurren muchos lugares que valen la pena.

Que tengo ganas de marcharme. Y ya está…

domingo, 24 de diciembre de 2023

Qué difícil la vida, todavía…

Te diría que todo va bien.

Y mentiría.

Pero yo no suelo mentir. Más allá de la piedad habitual o imprescindible.

Puto caos desorganizado. Son como bolitas de colores moviéndose y chocando entre sí en un barreño de plástico.

Ahí se libra la batalla. 

El barreño es mi mente y la banda sonora son tinnitus bilaterales. Insufribles.

Es difícil vivir en silencio, así. Pensar con claridad. O enfrentarse a la vida.

Vivir sigue sindo igual de complicado que antes, pero ahora más…

martes, 12 de diciembre de 2023

De naranjas y rojos. Y algo de rosa…

Porque de eso va la vida de las opacarofílicas como yo…

Y hasta aquí la lección magistral de hoy, señoras.

A dormir!

martes, 5 de diciembre de 2023

Sí. Soy yo…

Me cuesta reconocerme en los espejos. 

Hoy, paseando entre viñas antes de tumbarme en el sofá de mi nueva casa (provisional, como la Vida misma), se me disparó la cámara mientras intentaba capturar una pared de cerámica verde, brillante, modernista. Se puso en modo selfie cuando la recuperaba al vuelo a unos centímetros del suelo. 

Y me ví, pillada a medio sonreir, por la recuperación salvaje del teléfono, en un movimiento rápido y preciso, evitando lo peor. Aún conservo reflejos, por lo visto y sucedido. 

Y he ganado arrugas. En los ojos, en la mitad inferior de la cara. Algunas son de gesticular, otras de malos gestos mientras pienso, las hay de apoyar la cara en la almohada… El paso del tiempo es implacable, sin duda. Y todo se va descolgando y un día te ves en un espejo y piensas que quién es la tía que te está mirando fijamente. 

Sin dramas. Es así.

En fin. Un surtido variado de arrugas y líneas de expresión, como las cajas de galletas que había siempre en la casa de la infancia. Por lo del surtido, quiero decir. A mi me gustaban las de nata que compraba mi madre y que, por cierto, he redescubierto y vuelto a comprar. Las tomo en pequeñas diócesis, aunque en esta época el peso no me quita ningún sueño.

Sí. La de la foto era yo. Aunque reconozca que no tengo nada que ver hoy con la que fui hace diez años, por ejemplo. Y aunque mi expresión de ahora esté sobrecargada de ansiedad y enfado, sé que hay serenidad y calma. Hay nostalgia y añoranza, pero con satisfacción y plenitud.

Me faltan personas. Me sobran objetivos cumplidos. Hay vacíos, pero también felicidad. No puedo saber qué me espera, pero voy por el camino adecuado. De eso no tengo dudas…