Cuando entro en You Tube lo primero que me ofrece es una sesión de 15 minutos de meditación.
Según la hora que sea, ya me sugiere la meditación de la mañana o para dormir.
Ideal, oyes.
Casi nadie me conoce tan bien como esta aplicación. ;)
Lo cierto es que estoy consiguiendo una cosa: bajar revoluciones, ir más despacio, respirar conscientemente, no correr como pollo sin cabeza.
Nada que no hubiera hecho antes muchas veces, por cierto. Que no es que me esté cayendo del guindo, vamos.
Me voy parando en las cosas que hago, entre las mil primeras veces.
Ayer me apeteció muy fuerte limpiar los cristales. Las cristaleras. Porque vamos, tengo las paredes rellenas de vidrio, allí donde hay vistas, que es por toda la casa.
Y lo que pasa en esos casos es que si llueve los cristales se ensucian. Si llueve barro, pues peor. Y si no tienes costumbre de limpiarlas pues eso solidifica y es difícil de sacar.
Es una tarea pesada, si. Parecía que no iba a acabar nunca.
Lo conseguí, claro. Y ahora parece que mi vista ha mejorado, cuando busco el horizonte en plena puesta de sol roja, por la época del año. Todo se ve nítido.
Aunque con imperfecciones. Pero bueno.
Es bonito, la verdad.
También me dio por regar las plantas de exterior y ordenar un poco los sacos de tierra y abono y...
Al entrar en casa, cuando terminé, no podía cerrar correctamente la puerta corredera. No le encontraba el truco.
Es superior a mi, que las cosas me limiten.
Quedaba abierta unos centímetros. Lo suficiente para que entrara el frío de la tarde y se escapara el calor de la calefacción.
Cachis.
Mi parte eco estaba furiosa. Con la puerta y conmigo misma, por torpe.
La dejé así. Cené, mirándola de reojo. Frugalmente. La cena, quiero decir.
Y decidí levantarme y cerrarla despacio. La puerta.
Entró suavemente, al final. Está cerrada ahora. No he tenido que pedir ayuda. He podido sola.
Un punto para mi autoestima, señoras.
Que parecerá una tontería pero todas sabemos que no lo es. Lo que nos limita nos hace pequeñas. Y en esta época mido unos cinco centímetros de alto por cuatro de ancho.
Poca cosa.
Y la tercera tarea que hice anoche con más ilusión que jamás antes en la vida fue empaquetar regalos.
De nuevo, despacio. Fijándome en cada pliegue, eligiendo el papel según el destinatario, pensando en la reacción al abrirlos, cortando el celo con tijeras,...
Como si regresara a la infancia, en caso de que en esa época me hubiera hecho ilusión envolver regalos, cosa que no recuerdo.
Antes he dicho que me falta claridad mental. Y lo sostengo. Y esto lo demuestra.
No recuerdo la gran mayoría de las cosas, que, por otra parte, me están dando bastante igual.
Tengo suficiente con mi vida, con lo que siento, con mis temores y fobias, con los planes de futuro, con aprender a hacer,...
Tantas cosas que hacen bola...
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