Vivo pegada al teléfono, nexo de unión con todo [y todos] lo[s] que me mantiene[n] viva. Normalmente, ese aparato incorpora sorpresas y buenas noticias. Pero también canaliza tensiones, presiones y hasta persecuciones. Así que a veces me descubro con él en modo vibrar y asido por mi mano izquierda, como una segunda piel, y ni me he dado cuenta de que ejecutaba todas esas operaciones de manera mecánica.
Pero este fin de semana va a ser diferente. Necesito, con todo el egoísmo del mundo conocido, descansar. Y eso pasa por desconectar. Y desconectar suponoe hacerlo de todo, de todos, de todas. Sin remordimientos.
Conociéndome sé que lo consulto de vez en cuando, lo conecto. Pero no me devuelve las llamadas perdidas mientras estuvo no operativo. Y eso es un fastidio. ¿Cuántas cosas estupendas se pueden haber perdido? Así que la duda es dejarlo encendido en silencio o bien apagarlo completamente. Ninguna de las dos opciones es la que me gusta pero algo habrá que hacer. De hecho ir a la playa con el teléfono es fastidioso, al menos para mi. Pienso en tumbarme boca arriba e inmediatamente hacer entrar mi mente, mis pensamientos, en desconexión.
Nada. Nadie. Ninguna perturbación. Solo el momento y la presencia, el tacto en las yemas de los dedos y la visión, la textura de una crema de protección y la mezcla de granos de arena fina, el permanente viento y los ojos a medio cerrar, que no soportan la luz intensa. Varias veces me ha tocado padecer fotofobia por unos días. Y no es una queja. Podría ser hasta una recomendación. Experimentar con los ojos vendados en oscuro es una experiencia increíble...
Ay...creo que debería haberte leído el viernes, ante de...
ResponderEliminarEspero que haya sido realmente una desconexión.
:)
Beso, after sun.
Ningún problema, Lareth.
ResponderEliminarLo conseguí, sí. Pero el teléfono siempre conectado, más que nunca. :(
Beso, tostado.