He aprendido a mirar adelante, a pesar de tener los pies amarrados a un cubo compacto de cemento gris claro, no demasiado grande. Es de la vez que quisieron tirarme al mar, con nocturnidad y alevosía. Ya. Ya sé que no es bueno que alguien se enamore tanto de ti que acabe en la planta de psiquiatría de un hospital cuando le dices dulcemente que todo terminó. O que no puedes amarle en el mismo idioma o que dejaste de hacerlo.
Miro adelante pero no puedo moverme porque el lastre que arrastro, con el que convivo es de un peso inmanejable y tampoco puedo estar en forma porque mi inmovilidad también impide eso.
Miro al frente y me sé atrapada. Acompañada y limitada, en el espacio. En el tiempo no, porque desgraciadamente me sobra. Aunque tuviera muy poco me seguiría sobrando.
Lo que yo quiero es seguirle los pasos, rehacer el camino que llevó sus restos desde la planta de psiquiatría en el precioso hospital de la ciudad hasta el cementerio y de ahí primero en coche hasta el puerto deportivo y después en un pequeño velero hasta la más próxima de las mares altas, dónde salió volando.
Miro al frente y veo el mar y como vuela y como espera, ahora que sabe que en este tiempo aprendí a amar... y es solo cuestión del tiempo que me sobra, como un castigo, como su condena...
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