jueves, 8 de octubre de 2009

Raros, extraños, anormales, diferentes...

Hay días así. Y hoy ha sido uno.

Discúlpenme si me repito, pero tengo el firme convencimiento de que en mi vida las cosas van a rachas. Incluida la felicidad. Pero no quería hablar de eso. Hoy ha tocado día de viajes. No es habitual moverse en este contexto de crisis profunda, de brecha financiera, de paralización de ventas y de contención de gasto. Eso entre otras muchas consignas que se están aplicando implicitamente. Sin embargo, antes de fin de mes me moveré hacia el norte de nuestro continente, al único país, pequeño, que combina lujo y pueblo (parezco Màrius Serra y sus adivinanzas matinales, pero a media tarde y siendo otra persona). El otro ya es para el mes siguiente y otro continente, saltando charcos, aunque esté algo indefinido.

Me han acribillado con un laser, otra vez y siempre que me sucede eso me siento más nerviosa. Como con ganas de abofetear porque toda esa energía es imposible de sacar de mi organismo. Y, junto a la falta de ejercicio, lo noto.

Tengo una sonrisa de persona idiotizada porque tengo ilusión y no me escondo ni me avergüenzo. Es así.

Ha venido una voz familiar del pasado y, evidentemente, solo quería pedir un par de cosas. Nadie llama para saber de ti... Se las daré, las cosas. No me cuesta nada hacerle las gestiones, con un brindis al sol por quienes fuimos en esos largos años y las risas que nos inventamos.

Mi felicidad va a rachas, decía. Esta está durando casi cuatro largos años. Iba a escribir plácidos pero no lo están siendo. Plácido denota algo de rutina, hastío y/o aburrimiento. Y a Dios pongo por testigo de que no los hay. Busquemos los antónimos correspondientes y this is it, como dijo aquel...

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