lunes, 17 de enero de 2011

Y yo qué sé...

Larga placidez, que se extiende a los días y las noches, a las jornadas y el sueño, aunque todo sea perfectible. Me sorprendo sorprendida ante esta prolongación del bienestar en el que nos instalamos con nocturnida, cada día, en silencios dialogados con cautela y convivencias fáciles, como en un libro que alguien recomienda por lo sorprendente del tema, el contenido, la forma. Quizá haya dejado de ser extraordinario pero no por eso ha perdido su valor. Confieso entretenerme en la idea, hacer comparaciones secretas y mantener un habitual estado de satisfacción que ha dejado de ser transitorio, como fuera aquella enajenación de gritos y silencios violentos, miradas duras y gélidas y palabras lanzadas entre el cuello y el cuero cabelludo. Justo ahí, dónde duelen los silencios, las miradas, las palabras y los gritos: cualquier suerte de comunicación verbal, gestual, corporal, como la que forma parte de la inteligencia de las emociones, esa que pocos han desarrollado con pericia y que resulta tan útil en todas las facetes que nos conforman y configuran y definen. Buf. Esa época en la que cualquier lugar era mejor que mi propia casa, en la que me quedé sin hogar, en la que el sofá era una trampa, la cama un castigo y el estar despierta un riesgo. Época de miedos e inseguridades que dió lugar a otra de llantos y soledades, preludio de bienestar. Pero eso, entonces, no era creíble y tod#s lo sabemos...

2 comentarios:

  1. I don't know...
    La gradación acaba bien: miedos, inseguridades, llantos, soledades bien-estar. Acaba bien aunque no sepamos por qué. Bien-ser?

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  2. El que esa sensación-estado pase a ser ordinario incrementa su valor. Larga vida al bienestar, y a la placidez. :)
    Beso sparkling.

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