jueves, 15 de noviembre de 2012

De la primera vez, de grupos que cantan y de otras adoraciones...

A una le perforan el alma una vez. La primera. Y todas las demás veces ya no son nunca la misma ni la inicial y más sentida. Simplemente te enamoras y pierdes hasta la esencia mientras todo va sucediendo, el cerebro se adormece temporalmente y tu cuerpo padece reacciones químicas, biológicas y físicas impunemente, sin previo aviso. Hablo de la primera vez, del primer amor. Quizá se olvida. Tal vez. Y se revisita de tanto en tanto, cuando la adolescencia entra en grises, como en borrador y todo se ha ido modificando de manera que nada es real sino el producto de los matices subjetivos. Pero de buen rollo, se altera. Se olvida quién protagonizó esa vez primera y, sin embargo, los sentidos permanecen casi intactos, aumentando, deviniendo imposibles. Puede ser que todo lo demás sea una copia, un intento de regresar, retrotraerse, recuperar. Todo.

Iba a hablar de relaciones asimétricas por la edad pero voy a abstenerme, de la misma manera que no quiero referirme ni al lápiz de Ikea ni al pistacho [es un estribillo popular de una canción de un grupo mallorquín llamado Antònia Font; me gustan. También los Manel y Anna Roig i l'ombre de ton chien y nada -me gustan- algunos otros que no es necesario decir, ¿para qué? si todo es tan subjetivo y carente de valor, a veces; con lo que deben esforzarse, los pobres, para salir adelante para que venga una idiota a dar opiniones que nadie le ha pedido, vamos...] o a los malos humores y las tensiones que se acumulan alrededor, con cuerpo, con alma, nombre y apellidos.

Visualizo la siguiente habitación de hotel, tan familiar, tan céntrica, tan fácil hacerla mía. La cordura se mantiene con ciertos hábitos, como el de llegar, buscar el lugar en el que el trolley negro y rígido de vértices redondos pueda mantener sus dos hojas abiertas, deshacerla inmediatamente después de los primeros besos detrás de la puerta: el necessaire [tremendo en esta lengua, ¿verdad?], colgar las pocas prendas que lo requieren, sacar los zapatos de sus bolsas de viaje, volver a dar abrazos y besos, enredarme en un hombro y, por fin, descansar, sabiendo que la vida me regala algo más de 48h. y que voy a compartirme completamente, a obsequiar, dejarme vencer por varios placeres distintos que van desde el gastronómico pasando por el cultural sin olvidar el más físico de todos. Extraño a veces esa gran ciudad y perderme por sus barrios, locales y enormes calles. Nada que ver a cuándo la visito por mis obligaciones profesionales. Nada.

Odiaba ese lugar. Ahora adoro volver...

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