Me podría haber tirado del sofá e ir rodando, por inercia, hasta el mar, esta tarde gélida y gris en la que la ciudad estaba completamente vacía. Lo he dejado todo, he ignorado las voces que me reclamaban y he estrenado una aplicación genial, la mano en el bolsillo de la chaqueta, equivocándome por completo en la elección de la música. El día estaba para lágrimas y también rodaron...
Las calles en modo Babel; he observado con cuidado y detenimiento todas las razas, las facciones, la calma de los turistas en pleno centro, encantados de que la shopping line estuviera efervescente, este domingo de enero en el que la primavera ha dado un enorme salto hacia atrás. En lugar de vivir uno de esos horribles domingos en los que las ciudades se detienen y se transforman y no son lo que suelen ser, si no tristes... Rambla Cataluña podría ser esa calle en la que se regalan cochecitos con bebé haciendo la siesta. Al menos a la intempestiva hora en la que me he decidido a caminar, deprisa, mirando de reojo algunas tiendas en las que no me apetecía entrar, por si veía el par o tres de cosas que necesito para volar antes de fin de mes. Más de dos horas. Deprisa y sola, escapando de caras conocidas, conversando plácida y largamente y sintiendo que las molestias de la primera lesión y la somatización remiten con lo que empiezo a flirtear de nuevo con el ejercicio...
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