domingo, 8 de marzo de 2020

Miedo...

Hay quien ama en tiempos de cólera. O en tiempos de miedo. A la fragilidad, a que se rompa todo en mil pedazos, a la sorpresa de no adivinar ni verlo venir, al abandono. Miedo a que el cincuenta por ciento salga corriendo al girar una esquina, a media noche, cuando sople una brisa. Porque sí. Mucho miedo a las mentiras, a las medias verdades, a los olvidos. A la falta de confianza y a amar desconfiando, sí.  Y hasta a las omisiones. Miedo terrible a no entender, a que falten palabras y explicaciones y conversaciones. A las palabras altas y a los susurros envenenados. Miedo a sentirse pequeña, sola, engañada, abandonada. Un miedo sólido y pesado, paralizante y congelado, enorme e intrusivo, inseparable. Miedo a fallar, no estar a la altura, hacerlo mal. Más miedo a escuchar que lo hiciste mal de verdad, que dolió, minó, acarreó consecuencias y provocó resultados. Miedo a haber dejado de saber amar, a la muerte de la emoción, al horizonte vacío, alargado y lejano. Miedo paralizante que ha podido con la espontaneidad, la fuerza, la valentía y la decisión. Miedo a no volver a ser jamás quien era, a no saber envolver en abrazos, comer a besos, leer la piel, oler y escuchar. Un miedo insólito, distinto, telúrico y ancestral. Un pánico al fracaso, a ver descender la vida sin haber aprendido a amar sin miedo. Miedo al miedo de no saber querer...

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