A veces la fragilidad es tan fina que cualquier pequeño cambio, gesto o palabra dicha a destiempo te rompe por la mitad, literalmente.
En esas ocasiones, una debe salir corriendo hacia dentro, observar, estar atenta y escuchar cómo se marcha el miedo [a cualquier cosa, que varía en cada caso], desesperadamente lento, y empezar a tomar decisiones. Mientras intentas cerrar el paso a las lágrimas, tratando de pensar que es posible contener los líquidos de manera rápida y eficaz.
Algunas de las cuales [de las decisiones], de manual: contacto cero y alejamiento inmediato y total, retirada de pulsera/reloj/cualquiercosa, borrado de fotografías, limpieza absoluta de recuerdos, desinfección mental, eliminación de memoria. Y retomar un discurso apenas olvidado acerca de la improcedencia de todo, hasta de la vida. De manera descreída y rotunda, como si por un segundo pudieras engañarte a ti misma. Pero no.
No es extraño tener pensamientos extraños sobre la vida, por otro lado. Provocados por la pereza, la falta de fuerzas, la decepción, el propio dolor inesperado, el cansancio de las noches cortas y/o en vela.
Hipersensibilidad, le llaman. Nada que ver con las personas PAS, gracias.
Quizá parezca fácil, el corte brusco, la falta de contacto y/o de noticias, la muerte de las pequeñas nuevas ilusiones. Quizá suene a que la limpieza puede ser en seco, quirúrgica, limpia.
No en mi caso. No. A mi me revuelve las entrañas, me entristece sin límite, me reinventa nostálgica y me recubre de dolor e inseguridad. Me tumba y me retira de la circulación. Bueno, me trae aquí, de cabeza. Que luego ya sabemos que nada es para tanto y una se sobrepone y va avanzando, despacito. Pero a mi me ayuda vaciarme, exponerme, elegir palabras y emociones y cerrar el post con un enorme suspiro.
Ya sé, ya sé. Con lo fuerte que parezco. Nadie lo diría. No hay para tanto. Si, total, es todo tan reciente...
Vale. Bueno. Pues a mi me afecta, cada vez. Horrores...