El coqueteo es adictivo.
Y letal.
Lo digo porque yo misma viví enganchada e instalada en los vaivenes de los flirteos en algunas etapas de la vida.
Así que sé bien de lo que hablo.
Aquí mi Tratado sobre el coqueteo.
De nada.
Lo conozco, decía, y lo reconozco en cuanto lo huelo porque me regalaron traiciones a espuertas, sin diques ni contenciones. Hice un gran Máster en la capital de España y en otros lugares de la geografía nacional. Un tiempo que se hizo largo. Y negro.
Tú estás ahí, entregada a una relación, como si fuera la única y la mejor de tu vida (como sucede con casi todas), cual estúpida con gafas de sol mientras la otra parte contratante está de rositas inflando su ego y secretando hormonas de la felicidad sin filtros ni límites.
Ni por asomo te lo imaginas. Por supuesto. Imposible que te vuelva a pasar, claro. No a ti. No de nuevo.
Porque el coqueteo puede ser por acción. Pero también por omisión. Por dejarse hacer, por no poner límites, por ir siguiendo y contestando cada una de las llamadas de atención.
Se reciben mensajes velados, detalles y fotografías, frases inspiracionales, recuerdos, peticiones un poco tontas sobre servicios o personas de contacto. Necesidades creadas y forzadas. Tonterías, sí, a las que una no puede por más que contestar, porque obviamente somos educadísimas. Y estamos cuando se nos necesita. Faltaría más y hombre por favor.
Y esos toques de atención se repiten, se sistematizan, se reiteran, toman forma, ganan su lugar. Y lo okupan.
Porque la otra parte contratante insiste, tiene algún interés especial y va a por él. Como haría cualquiera que quiere algo. Aquí tenemos que estar de acuerdo todas.
Eso, por supuesto, va en paralelo a la relación que estés manteniendo con tu pareja oficial, a la que amas, con la que quieres estar, solo con ella, nadie más. Ya. ¿Alguien cree eso? ¿de verdad? ¡vamos!
Pero te vas dejando llenar, invadir, ocupar, distraer y atraer por la tercera (o terceras, así, en plural). Es inevitable. Por persistente. Por habitual.
Y no hay peligro, no pasa nada, es una amiga, pobre, está sola, necesita tal y tal, lo ha dejado con su pareja, está triste, una mala época,...
Y a ti te cuesta tan poco devolverle la alegría o la felicidad, ocuparla, entretenerla, que se sienta mejor. ¿Verdad?
Y tú, con cada gesto, con cada mensaje, secretas más oxitocina y menos cortisol. El bienestar está asegurado, para las dos (o más partes) mientras la pareja oficial se difumina cada día un poquito más, imperceptiblemente. Y se aleja de la relación, cada día un poco más, sin avisar ni darse cuenta.
El coqueteo es un gustazo. Porque te necesitan. Porque eres útil. Porque se convierte en una razón de vivir. Porque le dedicas más creatividad a ser interesante fuera de tu relación que a la propia pareja, que se va quedando en un rinconcito, ahí, instalada, sin molestar. Y cuando habla le dices que está loca, que es una celosa, que qué tontería, que nadie quiere nada, que es lo normal...
Luz de gas? manipulación? autoengaño?
Pues no sé. Porque depende del caso.
El riesgo es que el coqueteo no es compatible con una relación. Especialmente cuando la pareja no sabe, cuando no le cuentas, cuando es un compartimento estanco (esos que yo adoraba, como recordaréis las fieles de este lugar), cuando se convierte en un poco un secreto. Un morbazo.
Ahí está el límite.
Si no compartes es que escondes.
Y si escondes engañas.
Lo escribo con la cabeza alta y nada que esconder. Quizá por primera vez en la vida.
Y con una sonrisa en medio de la cara.
Porque llegar hasta aquí no ha sido fácil...