Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...

miércoles, 20 de enero de 2010

Tú y una canción...

La misma ruta compartida elevando la voz, con el volante entre las manos. Hoy se interrumpe antes de la más de media hora habitual y la autopista hacia al sur se presenta a través de la luna delantera, todo gris, envuelto en blanco, niebla espesa entre las viñas, enredada. En la radio, la voz familiar de todas las mañanas comenta el tema de siempre, reivindicando quejas, denunciando errores, estimulando vibraciones equivocadas. Rechazo absolutamente y muy deprisa que me intoxiquen un poco más y miro, consciente de estar transgrediendo rutinas, los dvds que tengo por estrenar [conste que por religión no hago descargas paralelas -bueno, muy pocas-, así que las carátulas son de colores estridentes, perfiles en negro muy bien definidos, de una exquisita impresión y diseño, nítidas] y me encuentro con el recopilatorio que debe sacar, junto a sus giras mundiales, a mi admirado Leonard de sus problemas económicos, que le sobrevienen, como a Vivaldi y a otros enormes artistas, al final de su larga trayectoria.

Tiene 3 cds y busco, sin mirar directamente, el de First we take Manhattan. La comienzo y la adelanto, siempre tan impaciente. Una nueva canción anodina, que omito. Y aparece esta:


Creo que voy a ser incapaz de transmitir la forma en que de pronto me he enfrentado a mi misma cuasi adolescente, dentro de un coche potente y blanco, conducido por mi ecs, deslizándose entre curvas nevadas, dirección a una jornada de esquí, hace casi treinta años. Y esa canción como banda sonora de una etapa plácida, entonces. Recordaba la letra que cantábamos y la melodía tantas veces tarareada, por dentro y por fuera, en compañía y las manos ocupadas buscando entrelazarse entre otras más fuertes, seguras. Me desataba algunos instantes para cambiar la velocidad del coche y regresaba deprisa a compartir calor, que era un país frío en época de invierno y los cristales estaban condensados [como la leche, sí] y debíamos limpiarlos de tanto en tanto, aunque el gesto sirviera de tan poco porque de nuevo se cubría todo de un velo fino y molesto, visible, con el que a veces jugábamos a escribirnos palabras y a dibujarnos paisajes en perfiles gruesos y torpes, que nadie sabía dibujar.

He pensado, mientras trataba de recordar la letra de alguno de los párrafos, que quizá todavía no soy consciente, a través de los años y de mis propios engaños, de la pena que siento, del sentimiento de pérdida absoluta e irreversible, del cambio que su ausencia provocó en mi y en mi entorno. Creo que no. Quizá va siendo hora de detenerse a pensar, porque, como dice Mario Benedetti, cada día es un comienzo nuevo y hoy son el momento y la ocasión perfectos para recomenzarse en limpio.

Olores, sabores y melodías. Son los mejores sistema de transporte, en realidad. Violentos, a veces. Bruscos e inesperados. Esa canción me ha irrumpido por completo hoy y me tiene atrapada con un pie fuera, bloqueada, con una sonrisa tristísima pegada a la piel, incapaz de concentrarme en lo que reclama mis dedos, mi tiempo, mi energía y atención.
Quizá con un poco de tiempo consiga despegarme de esa voz, de ese frío, de ti...

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