Regresar al gim después de tantos días de ausencia provoca un par de efectos inmediatos: una sonrisa enorme en el rostro cuasi perfecto del monitor y una noche de sueño sin interrupciones. Y es que anoche tampoco se vio perturbado mi sueño con una presencia que se desliza intentando no ser percibida en el momento de introducirse en mi cama para luego enlazar sus piernas con las mias y recibir una amplia caricia en la espalda, un gesto que me sale del alma y supongo que trata de darle la bienvenida. Es realmente bienvenida...
Hoy me han robado el alma...
Estación de tren tras un día largo y repleto de gente, ya de regreso a casa, acompañada. Camino del coche, en el enorme hall sin lluvia, corretea una bebé de año y medio, pelo afro recogido en un par de coletas laterales, piel adecuada al pelo, tratando de alejarse del padre, alegre y entre juegos. La madre no está a la vista, ambos se acercan a mi y ella se enreda entre mis piernas. Tenemos prisa pero la miro desde arriba y decido tomar una de sus mejillas entre los dedos índice y corazón de mi mano derecha en un gesto que no suelo hacer desde que aprendí que en Asia no gusta que se toquen las cabezas de los niños, que es una ofensa. Me devuelve una sonrisa enorme, perfecta, de niña acostumbrada a hacer reir, a ser querida. El momento se ha prolongado porque ella me seguía y yo me iba girando sobre mis pasos a medida que me alejaba. Seguía riendo. La escena ha sido captada por terceros, que han coincidido en pensar que era una preciosidad, y a mi se me ha incrustado en la retina...
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