Primer bloque. Modo revival...
Hoy sé que entonces no te comprendí. Sabía que tu lesión era de origen psicológico, que todo mejoraría cuando decidieras que tu convicencia era inútil, yerma, imposible y, sobretodo, que no te hacía feliz. Yo lo veía y te acompañé, poco consciente de mi razón. Abandonaste al poco tiempo las muletas de metal ligero con empuñadura de plástico negro; discretas, como tú. Con calma, comenzaste a dar pasos, primero por casa, luego conmigo, contenta de sentir que la inmovilidad de tantos meses quedaba atrás. Feliz de compartirlo, con la sonrisa más grande que había visto nunca, en toda mi vida. No tardaste en comunicar que tenía que desalojar la casa y entre lágrimas suspendísteis la convivencia, no de manera muy pacífica. Creo que entonces no creías en el poder de la mente, en los beneficios de los mensajes positivos y optimistas, en su fuerza arrasadora cuando hablan de derrota y nos conducen a la enfermedad. No creías y sé que hoy lo haces como los invidentes, con una fe ciega. Sabes que hay que ordenar las ideas, los sentimientos, la vida; que hay que decidir objetivos, ideales y futuros, descartando lo que no compensa, lo que tampoco convence. Sé que caminas perfectamente y que no volviste a bailar porque fue una decisión tuya, no por imposibilidad. En cambio yo...
Segundo bloque de un día prolífico en cuanto a ideas y posts se refiere. Nada extraordinario...
Ha habido abundancia de muchas cosas, generosidad. He sentido conscientemente y con intensidad. Tiempos muertos y otros tantos llenos de una vida efervescente. He explorado lugares con la vista puesta en todos los rincones, sabiendo que la eternidad es un minuto, a veces. He acortado frases y me he incomunicado para no explotar situaciones frágiles, improcedentes, que venían indefectiblemente acompañadas de remordimientos, reproches y otros vocablos que también comienzan por el prefijo re. He evitado ser yo y, en ocasiones, he desviado la mirada porque los ojos, ya se sabe, reflejan el alma. También me he sentido impaciente e impotente, por ejemplo. Hoy va de palabras y me temo que casi todas están aquí para encajar y echar una mano (al cuello, me temo igualmente). Sigo dando grandes bocanadas de aire para ver si se me desanuda el espacio que tengo debajo de la barbilla y encima del pecho, profundas, para no tener que repetir muchas veces el proceso de desagarrotamiento. Las doy de tanto en tanto porque sé lo que ha habido; lo sé. Pero lo peor de todo es lo que faltó. A mi me faltó un abrazo, solo uno. Pero no un simulacro de aprendiz o un ensayo o una tímida aproximación con los músculos tensos. No. A mi me faltó el abrazo que desencadena que el cerebro comience a secretar miles de sustancias positivas, que preludian todas las cosas dulces. El abrazo que acerca y provoca, ubica y te desplaza en el espacio. El que pega dos cuerpos y los hace encajar como piezas de puzzle. Sí, ese. Exactamente ese... Y también me faltó un beso. Solo uno. El que se pegaba a las afueras de mis labios cada vez que se movía tu boca a un palmo de la mía. El que tímidamente se desplazaba por los contornos del perfil cuando sonreías. El beso que nunca nadie te dió antes y el que no te has atrevido a dar, todavía, porque no sabes que puedan existir besos de ese tipo. Besos con prisa, con fuerza, con ganas. Besos de pie, de aeropuerto y de ascensor. De los de detrás de la puerta de un local público lleno de gente y por las calles de madrugada. Besos de adolescente aprendido o de primerizo bien dirigido. Besos líquidos que se pasean por el filo de los labios, de los dientes y de la lengua, aprendiendo de memoria cada esquina y todos los rincones. Igual me han faltado tantas otras cosas pero, ahora, solo echo de menos dos...
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