Acabar de digerir lo que ingeriste varias horas antes e intentar que cuerpo y mente coincidan en el mismo lugar, en plenas facultades, a pesar de los insomnios previos y sostenidos en las noches. Improvisar una nueva ingesta con las limitaciones recién impuestas, entre papeles, notas y bolígrafos rojos. Negociar las bases futuras desde la distancia para que eso no fisure jamás la confianza, porque son dos cosas distintas, que hay que olvidar y dejar de lado rápidamente. Contarse, reportarse, revisar lo del pasado y soñar el futuro que ha de venir.
Frío en la habitación bajo un edredón y las ventanas abiertas, que se hagan más de las tres y sentir que ha faltado tarde, ha faltado noche, ha quedado tanto por abrazar, sigue faltando sueño, tanta piel que pasear y contenedores de besos, tan difíciles de dar sin obtener respuesta inmediata, reacción a la acción, al sentimiento.
Es difícil caminar en el vértice del 22 sin inmutarse ni verse afectada, disimular que no importa, que la mente no se escapa a esos otros lugares e imagina y se equivoca, con seguridad. Una se propone seguir con dignidad y seguridad y sin embargo a veces asoman todos los miedos. Alguien, cada vez, levanta la mano y recoloca todo en su lugar de origen, transmitiendo la fuerza y la confianza, la serenidad de lo que fue alguna vez y ya nunca más. Y el abrazo tremendo que lo cierra todo, los temblores, los estremecimientos. Y los suspiros y los susurros...
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