Por fin. Sí. Llegó el momento de sacar a la Bestia, un espléndido día, de a tres con seis ruedas, cuatro rubias y una morena de ojos verde licuado [lucky you, sólo sois el 1% de la población mundial y lo sabemos...]. Pueblo de playa y paseo, una copa a media tarde con puesta de sol, risas y planes. Es verano, luce el sol, es la costa catalana, los extranjeros cayendo al mar, casi, de fiesta. Todo alegría y ganas.
Siglos sin divertirme tanto. Había olvidado lo que es tener un motor entre las piernas [con batería potente, quiero decir. Vale, es broma] y volar sobre la calzada. Esa carretera sinuosa, de amplias curvas, impecable. Golpe de gas, suave, 160 kms/h en el cuadro de mandos. Vale. Para un poco. En medio de otras dos bestias rojas, que sobrevuelan el camino, trazándolo distinto, esquivándolo, sin pisar la señal de sus ruedas. Siguiéndonos, persiguiéndome, acompañándonos y viéndonos por los retrovisores, que devuelven las miradas de atención, perfectamente. No estoy sola. No me siento sola. Ellas no van a abandonarme. Seguro, en ningún caso. No es la norma de la carretera.
Dentro del casco, haciendo fuerza con los músculos del cuello para no doblegarse por el viento, el silencio es mayor y me siento tan conmigo como cuando nado y cuento piscinas, para acabar descontándome. Siempre. Indefectiblemente. Pero tengo que concentrarme tanto en mantener controlada la potencia con la mano derecha que es materialmente imposible distraerse más allá de revisar los paisajes que aparecen y cambian y se mueven. Azules y verdes y marrones. Surge una curva y hay que frenar con calma con el pie y la mano. El guante genial con refuerzo en todos los rincones es de invierno, como el resto de la equipación, así que me frío por dentro a pesar de bajar cremalleras y la piel no se dilata ni cede sino todo lo contrario, así que voy con el tacto tan ajustado a la mano que duele ligeramente, enrojecida. Como cuando los pro te cuentan que es mejor que el calcetín de esquiar sea un ejecutivo fino y tu alma te pide que te calces otro de un centímetro de grosor porque te pelas de frío. Es cuestión de tacto y el tacto es control. Y el control, esencial.
Voy siguiendo la carta y ésta me hablaba de apertura social, de cambio de aires, de nuevos horizontes, dejar atrás lo que lastra e impide avanzar, de replanteamientos generales. No lo tenía previsto, no me apetecía demasiado, en realidad. Todo estaba bien a pesar de ser una catástrofe a la que me negaba a enfrentarme. Sigue sorprendiéndome que sea solo una coincidencia que se acumulen situaciones traumáticas alrededor de mi cumpleaños... Pero, repito, ya está escrito, ya me advirtieron, ya era sabido.
Estoy en disposición de dar charlas acerca de la resiliencia. Bueno, también de injurias. Así como de otras bellas traiciones. Pero también podría hablar largamente del olor inolvidable de los lilium blancos que llenan mi despacho...
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