Te alarmas y te mueves deprisa. Lo giras y revuelves todo. Te buscas en los bolsillos y te cacheas, tocándote con preocupación. Lo repites. "Otra vez he perdido las llaves". Cara de pánico, de pensar rápido una solución para no recibir cuestionamientos o reproches. No nos gustan. Nada.
Así que, con el estómago removido por los recuerdos que regresan tras esa frase que repites con relativa frecuencia o corta persistencia, hago una llamada a la calma. Seria y responsable. Lo que toca en estos casos.
Recordamos nuestros últimos movimientos, mirándonos y pisándonos las palabras y la voz y la vez, de tan claro como está nítidamente instalado en nuestra memoria. Podríamos dibujarlo, incluso. Tú con tus lápices, yo con mis letras.
No has perdido nunca unas llaves. No te has dejado la cartera sobre una mesa ni una bufanda en el guardarropía de un bar. No has olvidado nada porque un día supe que tenías tendencia al despiste. Y pensé que había que andar vigilándote y cuidándote. Y aquí sigo. En un paraíso...
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