Las comisuras de mis labios. Y las arrugas de alrededor de los ojos. Incluso las líneas de expresión de mi frente. Todo, todo me recuerda que me enamoran la risa y el sentido del humor. Y que los he practicado, ambos, con profusión y generosidad. Por parte de padre.
Y hay cientos de formas de reír, de enfocar la risa, la vida.
Mi último descubrimiento pasa por reír hasta olvidar. Olvidar todas las cosas que se han convertido en nube y se han atascado en la boca del estómago. En la garganta. En la oscuridad negra que hay detrás de unos párpados cerrados. En el miedo y la incertidumbre de todo lo desconocido que ha de venir y atacarnos a media noche, por la espalda mientras dormimos boca abajo.
Reír hasta olvidar incluso lo que no conocemos y lo que aún no hemos comenzado a vivir. Porque ahí está la magia que nos hace no recordar nuestra risa cuando habíamos olvidado cómo nos reíamos...
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