¡Qué difícil sentarme hoy a contar lo que tengo instalado en la garganta desde hace tantos días!
Quiero contar que hice el viaje de trabajo más largo y bonito e inolvidable de mi vida. No me puse enferma, estuve en el paraíso y sigo impactada, en general.
El país, nuevo, desconocido, magnífico y muy extraño para nuestro sistema económico y político.
Con lo que me interesa ahora la geopolítica, he disfrutado como nadie, todos los días. Me sentía exultante y privilegiada y era consciente de que a partir de aquí viene la bajada. Fuerte. Pude conocer y estar largos ratos con diplomáticos y bancarios de alto nivel que me contaron las realidades ocultas, las expectativas, cómo viven y afrontan la falta de cambios.
El viaje cerró en playas de ensueño que no existen en circuitos turísticos abiertos y públicos. Están reservadas a la oligarquía local y a algunos, muy poquitos, turistas especiales (que ya lo han visto todo, que no tienen límites presupuestarios, de exquisito buen gusto, muy exclusivos,...).
Hablamos de islas sin coches y arena de playa como pavimento, para caminar descalzos por las cuatro calles bien contadas y un par de plazas que conforman la aldea, a la que llegas en avioneta, bajas a pie y accedes andando, tras un brevísimo paseo, a la posada en la que te vas a alojar.
Agenda impecable. Te conducen, te llevan en volandas, todo organizado, seguridad máxima de coche blindado y chófer armado. De hecho, tuve una metralleta militar en manos de un chaval de 20 años a dos dedos del cristal de mi ventana, en un control rutinario e intimidatorio de los que ahí son normales.
Anécdota eterna. Como otras tantísimas.
Este lugar ha desplazado claramente los otros dos paraísos que antes ocupaban el número uno de mis destinos preferidos y recomendables a quien preguntase. Claramente y sin dudas ni fisuras. Hay que ir al menos una vez. Y yo ya estoy deseando volver.
Pero en realidad hoy vengo a hablar de emociones, ¿sabes? que todo eso está muy bien, mucho, y fue un privilegio. Pero necesito otra cosa.
Aunque la magia de la terapia de escribir, como sabemos todas, viene de dejar rastro aquí de emociones y sentimientos. Míos, generalmente.
Parece mentira que, a pesar de mi edad y de las cientos de conversaciones y de pensadas que ha habido antes de anteayer sobre el mismo tema, salieron nuevos puntos en mi última charla en busca de respuestas. Nuevos puntos, a estas alturas. Brutal e interesante.
Nuevos recuerdos (muy antiguos) desbloqueados. Una trona, largas bañeras, castigos en los que la soledad era la moneda de cambio. Siempre en soledad, siempre buscando y reclamando la compañía de alguien. Una niña que levanta la cabeza en busca de la atención de los adultos altos, que no la miran.
Una herida abierta de abandono. Inseguridad. Tristeza.
Lo interesante viene cuando repetimos patrones. Parece que los amores plácidos no me interesan. Que aprendí a amar lo complejo, aquellos por los que hay que luchar, en los que hay riesgo de pérdida.
Podría ser que mi idea del amor romántico viniera de la manera en la que vi amarse a mis padres. Luego todo se torció y la pareja idílica se tambaleó. Discutían, también.
Y yo huía del conflicto, de las diferencias y los silencios.
Y a mi me ha ayudado encontrar esas nuevas respuestas, aunque pueda parecer extraño.
Siempre las busco (las respuestas), y las explicaciones y entender el por qué de los conflictos. Y alguna cosa nueva he tenido.
Pero bueno, la verdad es que estos últimos tiempos están siendo convulsos, aunque tengo planes B, hojas de ruta y propósitos de año nuevo, a pesar de que solo sea julio...
Yo soy así. Empiezo el curso cuando me apetece. Y me pongo el mundo por montera.
Mientras haya salud, yo voy tirando...
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