Voy un poco al revés desde que en uno de los grandes viajes que hice con una pareja de largo recorrido, hace muchas vidas, conocimos a un matrimonio italiano. Preciosos, los dos.
Lo que aprendí para perseguir veranos tranquilos fue eso: a ir al revés.
En verano al norte o al sur, pero donde haga frío.
Eso sí: en invierno, de manera innegociable, al otro hemisferio donde sea verano. A playas turquesas.
Me pareció un aprendizaje estupendo, aunque lo he practicado poco y menos de lo que me hubiera gustado. A veces he encontrado oposición. Otras, inmovilismo. Alguna vez indiferencia.
Al final de todos los finales, el mundo no es tan grande: por las guerras, el calor, los huracanes, monzones y otros etcéteras relacionados con inseguridades varias y religiones imposibles. Y lo que ya has visto y no quieres repetir ni enajenada.
Lo digo de verdad, aunque no lo parezca.
Pero este no es un blog de viajes, ya lo sé.
Ni de penas y lágrimas, aunque lo parezca.
Todo esto, hasta aquí, para decir que me apetece pasear por la playa, caminar descalza sobre la arena, quizá trotar un poco, comer bien, socializar, improvisar. Sé que está haciendo mucho frío. Lo sé.
Me repito como un mantra que necesito estabilidad, tranquilidad y paz. Reír. Sentirme parte. Querida.
La semana próxima igual hay algún cambio menor de tipo profesional que podría hacerme ilusión. A ver qué tal va mi reunión.
Y doy clase de lo mío, cosa que suele ser interesante porque los alumnos son jovencísimos y te miran con unas caritas desde ahí abajo, que les daría cien consejos que no puedo darles.
No te fíes de nadie. Nunca.
Ni lo que se siente sólido resiste...
Al paso del tiempo, a nuestros propios cambios...