Sé perfectamente que es inútil, por improductivo, recordarla. Pero me sucede. Mucho más a menudo ahora que cuando estaba viva. Tengo en mente nuestra última conversación, fría y difícil, porque mi llamada era para dárle -justamente- el pésame por su viudedad. Así que ni ella ni yo estábamos receptivas sino que cubríamos expediente, correctas. Un tiempo largo de silencios, con algún recuerdo aislado y accidental, al final su muerte inesperada. Esa muerte traicionera que no avisa, ataca de manera irreversible y te arranca cosas por decir, que siempre se quedan. Creía, ingénua, que alguna vez levantaría el auricular y hablaría con ella, quizá de nada, tal vez de sus nietos y algún punto de logística familiar en el que me hubiera podido ver envuelta. Siempre me sucede que proyecto cosas que hacer. Y, a pesar de hacer muchas, alguna se me queda ahi, pendiente. Como esa conversación que ya nunca tuvimos...
Pero creo que no es eso lo que importa demasiado, porque hablamos mucho y durante largos años. La sensación es de que todo está bien, aunque reconozco que si así fuera su recuerdo no sería tan recurrente, ni me asaltaría por la espalda con agravantes.
Desde que no está tengo ganas de acercarme a su casa y sorprenderla, una tarde cualquiera. Llevarla a pasear y decirle que la pérdida de peso le sienta estupendamente. Preguntarle cosas acerca de la infancia del padre de mis hijos y de su forma de ser. Hablarle del carácter de sus nietos y de los miedos que solo comparto, por la noche, conmigo misma, cuando pienso en nuestros futuros, en la de riesgos en lso que podemos caer, en las intervenciones quirúrgicas que nunca les han llegado aún y en las enfermedades. La echo de menos y a veces necesito pensar en ella.
En él pienso cuando veo montañas. Es una asociación fácil y simple. Pero cuando murió yo estaba muy lejos, caminando entre volcanes y vegetación y recuerdo que me sentí tan alta que me pareció estar a su lado, de alguna forma, en su medio natural. Y me despedí de él durante varios días, en momentos de intimidad y de soledad, con lágrimas igualmente aisladas y discretas. Preveíamos que su enfermedad era terminal, así que mejor que peor cada un# se fue preparando a su modo para el desenlace. No pude decirle adiós por esa razón tan simple que es levantar sospechas acerca de el propio estado. Así que lo evité, con toda la lástima del mundo, consciente de que perdía mi oportunidad. La única.
Pero de ella la sorpresa fue tan infinita que todavía me atrapa y se me agarrota la garganta. Parece que no la he llorado lo suficiente, todavía. Y siento que el mundo está un poco más vacío, desde que se fue, tan sola, tan discreta, sin molestar. Y sin despedirse...
Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...
miércoles, 26 de mayo de 2010
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- Si. Claro. Cómo si fuera tan fácil hacer una definición completa y, además, ecuánime de una misma a estas alturas de la vida... Creo que, por lo menos, necesitaría un fin de semana. ¿Hace? ¿Si? :)
He empezado a leerte. He continuado y he llegado hasta el final después de haberme repasado buena parte del blog. Vaya... Me gusta. Siga usted escribiendo, por favor.
ResponderEliminarLee usted muy deprisa, entonces... Muchas gracias por la visita y por la lectura. Un honor.
ResponderEliminarComo te adiviné, seguí escribiendo. :)
Esto que has escrito es precioso.
ResponderEliminarYa lo creo, me ha gustado mucho.
Ella se iría discreta, pero su huella es inmensa.
Últimamente me he parado mucho a pensar en lo que pueden recordar de uno cuando no esté.
Acabo de caer en la cuenta de que lo hermoso es que te recuerden.
Beso, señorita Sparkling.
Eres inconfundible, Fred... :) Gracias.
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