jueves, 28 de febrero de 2013

Niñas...

Regresar al gim después de tantos días de ausencia provoca un par de efectos inmediatos: una sonrisa enorme en el rostro cuasi perfecto del monitor y una noche de sueño sin interrupciones. Y es que anoche tampoco se vio perturbado mi sueño con una presencia que se desliza intentando no ser percibida en el momento de introducirse en mi cama para luego enlazar sus piernas con las mias y recibir una amplia caricia en la espalda, un gesto que me sale del alma y supongo que trata de darle la bienvenida. Es realmente bienvenida...

Hoy me han robado el alma... 

Estación de tren tras un día largo y repleto de gente, ya de regreso a casa, acompañada. Camino del coche, en el enorme hall sin lluvia, corretea una bebé de año y medio, pelo afro recogido en un par de coletas laterales, piel adecuada al pelo, tratando de alejarse del padre, alegre y entre juegos. La madre no está a la vista, ambos se acercan a mi y ella se enreda entre mis piernas. Tenemos prisa pero la miro desde arriba y decido tomar una de sus mejillas entre los dedos índice  y corazón de mi mano derecha en un gesto que no suelo hacer desde que aprendí que en Asia no gusta que se toquen las cabezas de los niños, que es una ofensa. Me devuelve una sonrisa enorme, perfecta, de niña acostumbrada a hacer reir, a ser querida. El momento se ha prolongado porque ella me seguía y yo me iba girando sobre mis pasos a medida que me alejaba. Seguía riendo. La escena ha sido captada por terceros, que han coincidido en pensar que era una preciosidad, y a mi se me ha incrustado en la retina...

miércoles, 27 de febrero de 2013

Sin aliento, impresionada...

Tengo conversaciones telefónicas en inglés con una profesora de tanto en tanto, un par de veces a la semana, tal vez. Es una mujer jóven, afro (ella misma se definió así), originaria de Sudáfrica, que vive en Sarajevo. Una mezcla explosiva. Además, es animista. Realmente, mi mismo perfil, vamos. Hoy (hasta ella me ha reconocido introspectiva, enfadada y muda; cosa que demuestra cuán transparente puedo ser sin darme cuenta... qué peligro...) ha decidido hablar sin tema ni conducción, saltándose el guión que me había mandado hará un par o tres de días y me ha pedido permiso para hacerme un par de preguntas. Personales. Naturalmente, he accedido. Por varias razones. Se ha adelantado recordando exactamente detalles míos que debí contarle en conversaciones sueltas y que, francamente, no soy capaz de devolverle con la misma memoria. Me ha tocado el turno y también yo le he pedido permiso para preguntarle cuántos alumnos tiene en estos momentos. Y resulta que tiene setenta y dos...

Una mala decisión...

Creo que a estas alturas es sabido que vivo en permanente movimiento, desplazándome entre geografías, tanto por motivos de trabajo como personales, así que si algo conozco son cadenas hoteleras, nacionales y extranjeras. Otras cosas y personas también. Pero eso sería otro asunto. Hay una (cadena hotelera) en especial, cuyo nombre ni siquiera pretendo recordar (se me confunden en la mente obnubilada que corona mi cabeza por debajo del cuero cabelludo y no me gusta mentir, aunque a veces, ya se sabe, a una no le quede más remedio...) que en un primer momento me sorprendió por un detalle bien perceptible después de cada ducha. O de cada baño. Y es que el espejo es térmico, así que no se empaña nunca. Nunca hay que estar pasando toallas. Nunca más viendo caer gotas de agua por la superficie lisa. Nunca más moviéndose lateralmente entre las manchas que suelen quedar justo frente a la altura de la cara, molestas. Nunca más. El tema ecológico correspondiente al consumo de la instalación eléctrica en cuestión, que me inquietaba en un principio, desapareció al saber que es equivalente al de una bombilla y que se enciende a voluntad. Hay quien tiene música en la ducha. Hay quien tiene espejos térmicos. En el primer caso, provoca alegría y bienestar. En el segundo, tengo comprobado que genera mucho mal humor: ahora el espejo me devuelve nítidamente las líneas de expresión que pueblan mis facciones, las de antes y las que voy incorporando cada día. Pero el invento es genial...

martes, 26 de febrero de 2013

Hablando de walkirias...

Somos animales. De costumbres. Lo de los hábitos lo dejamos para un tercer género al que aludía una de mis múltiples colaterales en su tierna infancia (que nadie se preocupe, por favor. Es una broma familiar que no va a ser comprendida y no tiene la menor de las importancias). Creo que me atrevo a decir que tener encuentros profesionales (lo que viene a llamarse coloquialmente reuniones) con desconocid#s forma parte de mi día y no se me da demasiado mal. Recientemente, justo antes de dar comienzo a un fin de semana, se produjo el último caso, un poco con pistola en el pecho y más de acompañante, consorte o florero (quien me conoce sabe que no me refiero a mi propio físico, al usar esta acepción para mí misma) que de responsable que organiza algo motu proprio, como suele ser.

Nos situamos.

En esta mi ciudad hay tres arterias que conforman el shopping line. Dentro de una de las dos que unen mar y montaña, más o menos, se encuentran dos joyerías (lo demás, no cuenta): la local y la importada de la capital del Reyno. La cita era en una de estas dos, en hora punta y la espera en la simbólica barra de bar con camarera oriental fue muy breve, lo justo para observar y absorber. Un chico de mi edad (ergo, ¿un señor?) pero con estudiada barba de tres días que blanqueaba, se ubicó a nuestras espaldas y, sin ninguna discreción, estuvo algunos minutos tratando de escuchar hacia dónde iban nuestros comentarios y de qué trataba nuestra conversación. En esta tierra, como en otras, el espionaje se nos da muy bien, como rezan los periódicos. Se presentó a sí mismo con un aire distante y desinteresado que me pareció descortés y acerté con la percepción porque fue el interlocutor altivo y difícil con el que tuvimos que lidiar casi una hora. Nos acompañó al piso superior y la decoración a base de terciopelos morados y plateados, brillantes, se me incrustó en la pituitaria, dónde se ha quedado instalada de manera permanente.

Aquí se produce el impacto. Atención.

"El" gerente del local resultó ser una jóven de unos treinta años, rostro angelical y caucásico típico de revistas y pasarelas de este nuestro mundo, sobrepasando el metro ochenta y cinco (mal contado, no pude medirla aunque debo reconocer y lo reconozco que, a solas, no me hubiera importado hacerlo), sin alcanzar, probablemente, los sesenta kilos. Blandía una preciosa sonrisa personalizada en cada ocasión en la que su partenaire nos asestaba un revés y su mirada líquida y comprensiva se abría paso en los momentos más hostiles, dulcificando la atmósfera. Confesó haber sido profesional de la moda desde siempre y hasta que maridó al cachorro de la Casa que nos alojaba momentáneamente, a quién acabó por presentarnos una vez finalizado el encuentro.

Hay cosas que se saben. Y ahora sé perfectamente la razón por la que esta mujer (inteligente, dulce, esforzada constantemente para no apabullar a sus congéneres, amable, educada, próxima y de facciones perfectas) escogió a ese hombre.

Solo me queda por añadir que a mi esa belleza me turba, me incomoda y me corta la respiración. No es lo que persigo, naturalmente. Pero en las contadas ocasiones en las que he debido tratar a este tipo de ejemplares, la realidad es que me he sentido realmente incómoda, en desventaja y en desigualdad...

domingo, 24 de febrero de 2013

Soy un ángel. Pero hablo de negocios, claro...

He tenido que oir un segundo despertador muy temprano y el placer de una cita encantadora. Después de la comida en petit comité, el sofá se ha convertido en pirata, como sucede con la cama de Victoria con una frecuencia diaria. Se ha llenado de papeles, informes, legislación fresca como los huevos, el iPad con funda roja, tres o cuatro libros a medias, un rotulador negro y otro rojo, el móvil y su vida propia, música muy bajita, un poleo y tres velas estratégicamente colocadas, como casi siempre [que me acuerdo de encenderlas] en el salón. Ha dado para estudiar, quedarme dormida bajo la manta, leer, investigar algunas palabras clave que me inquietaban y mandar unas docenas de mensajes que siempre están pendientes. Sé que no es una tarde de aventura ni de riesgo. Pero me han preguntado qué me gusta hacer los domingos y esta sería una buena fotografía de los que son como hoy...

Será la madurez...

Esta profesión mía de madre a tiempo parcial, que compagino con otras, me ha llevado a poner el despertador esta noche a las 4:30 para hacer un transporte a una céntrica plaza del centro de la ciudad. Lo hago para mi misma cuando tomo trenes matinales, así que era imposible negarse a su cara suplicante, consciente de la jugada que me estaba haciendo. Es un tipo elegante, consciente y agradecido. Cuando quiere. Así que a esas horas la ciudad vaciaba discotecas y la gente llenaba algunas calles en busca de alternativas a los cierres o de taxis y coches para regresar a casa. Volviendo de vacío y esperando a que me hicieran soplar para que mi cappuccino no dejara rastro en el alcoholímetro, he leído que las banderas publicitarias rezaban así: "T'estimo. Ets perfecte. Ja et canviaré". Me ha gustado pensar que, al menos ahora, no intento cambiar al objeto de mi amor y que, sorprendente, las cosas van mucho mejor que nunca antes...

sábado, 23 de febrero de 2013

Lo que faltaba...

Me dice muy serio, sentados a una mesa de un conocido y tranquilo local del Paseo de Gracia, que tengo un talento natural comercial. Está intentando con perseverancia que acepte una de la dos Direcciones que me ha ofrecido en el último par de semanas. Añado 'para las que no estoy capacitada' sin ninguna falsa modestia, tal como le he venido respondiendo con sinceridad. Pero tiene explicaciones peregrinas para callarme, negar la mayor y avanzar un par de centímetros hacia su objetivo. Ya no lo minusvaloro, desde hace tiempo. Sorprende sin proponérselo y cuando no lo imaginas. Así que habrá que estar preparada para lo que sea que tiene preparado, aunque a mi lo que de verdad me encantaría son otras dos cosas, completamente diferentes. Pero no escucha...

jueves, 21 de febrero de 2013

Confianza ciega...

"Tal como demostraron Rosenthal y Jacobson o como a diario lo hacen decenas de empresas, es posible conseguir imposibles con gente corriente, pero para ello debemos estar dispuestos a eliminar prejuicios, creencias limitantes y confiar ciegamente en las potencialidades de los miembros a los que tenemos el privilegio de servir como líder."
 
Tomado de este lugar. La negrita y el subrayado son míos.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Un recuerdo imborrable.. O dos...

Estoy empezando a perder la costumbre de estar frente a un ordenador y, como al papel en blanco, empiezo a temerle. Por eso antes de empezar a escribir en un teclado blanco que me resulta poco familiar pero tremendamente cómodo y agradable al tacto, me paseo las palmas de mis dos manos frente a la frente, sobre los ojos, en busca de la inspiración y la concentración. Trescientas mil bolitas pequeñas están ahí dentro rebotando a diferentes velocidades y en todas direcciones, desordenando el caos. Oprimen, en cualquier caso. Pero al final una se acostumbra. Como a los silencios.

Hace días que necesitaba confesar algo públicamente, en busca de la penitencia que no me darán arrodillada frente a un señor de negro. Sea cual fuere, merezco el castigo y lo aceptaré estoicamente. Y es que uno de estos días, en el penúltimo de los aeropuertos transitados, me sucedió algo que todavía me avergüenza en lo más profundo. A saber. Desde hace poco he mudado de costumbres y, una vez finalizadas las reuniones, suelo bajar de los tacones y suprimir americanas. Ambos porque tengo comprobado que han de ser quitados en los controles de seguridad. Los primeros porque parece que el material interior puede ser metálico y ser detectado. La segunda, porque podrías llevar un cargador de metralleta y la propia metralleta escondidos en el interior para, cándida, intentar burlar la seguridad nacional del Estado al que pertenecen las fuerzas del orden que te acaban cacheando con libertad y profusión. A mi, últimamente, me tocan más mujeres desconocidas, profesionales, que otras personas. Y oye... a veces... qué quieres que te diga: no dejan centímetro que revisar y, además, le ponen una seriedad y un interés que...

Decía que suelo cambiarme de ropa porque he comprobado también que no me gusta mucho desnudarme en público y/o caminar descalza por suelos enormemente transitados entre escáneres de diferentes modelos. Así que, en caso de no poder cambiarme en el propio hotel, suelo hacerlo en el aeropuerto. Me gusta más caminar sin tacones, cuando los recorridos son largos y arrastro algún cansancio. La última vez busqué los servicios del aeropuerto y me encontré con que eran terriblemente estrechos, por lo que opté por entrar en el de handicapped, que estaba vacío y tenía la puerta abierta de par en par, invitándome a que no dudara en usarlo. Me estaba cepillando los dientes [otra manía idiota, si queréis] cuando sonaron unos nudillos impacientes en mi puerta y respondí que estaba occupé! Empecé a sospechar y me apresuré. Pero aún tenía que proceder con la apertura de maleta, con el calzado y con el cambio de ropa que entonces vestía en mi mitad superior. Por mucho que corría, el tiempo volaba. Se oyó un carraspeo muy forzado, sobreactuado, como para recordar que quien esperaba antes, al golpear la puerta, seguía haciéndolo ahora, transcurridos algunos incómodos minutos. Comenzó el peor de los presentimientos. Repetí eso de apresurarme y terminé la operación. Después de poner en pie a uno de mis mejores amigos [el trolley, claro], respiré hondo y me dispuse a salir, con toda la dignidad de la que fui capaz, a pesar de saberme completamente en falso y consciente de que no estaba sola ahí afuera.

Detrás de la puerta aguardaba una chica joven, morena, con el pelo largo y expresión enfadada. Sentada en una silla de ruedas.

Todos los servicios vacíos. Nadie más. Sólo ella. Sólo yo.

Sólo pude pronunciar, alto y claro, un "desolée" con la mirada baja, mientras aplicaba la empatía y me odiaba abiertamente, sin tapujos...

Dejo una canción que estos días me acompaña. Cuando te la envía alguien que quiere poder volver a quererte es un buen intento.

martes, 19 de febrero de 2013

Jalea. Real...

Me preguntan por mis principios y no puedo evitar pensar en todos mis finales. He pedido ejemplos porque me veo incapaz de responder, con las manos llenas de corazones. Buenos días y buenas noches con veinticuatro horas de decalage. Un día largo, con refuerzos y nuevos aprendizajes. Hay silencios que queman el alma y desasosiegan. Algún día aprenderé lo que es la paciencia y sabré esperar, dejando aparte todas las resoluciones que se me presentan, inevitables. Presentimientos que aciertan y encuentran, como si un hilo rojo uniera distancias invencibles, ineludibles y decenas de otros in que signifiquen lo mismo o casi igual. Aunque todo se frustre ante la impotencia de la imposibilidad más evidente de lo que es cotidiano. Como una presencia al pie de la cama. Sé que algún día este estilo cambiará y llegarán resultados y otros modos, aunque, consciente, piense que será insuficiente y todas las adrenalinas van a echarse de menos. Pero es solo un decir, porque una nunca sabe. De repente...

lunes, 18 de febrero de 2013

Un domingo y un nuevo final...

Todas las esperas y los traslados y las ventanas se acabaron y salió el sol, se abrieron las puertas y se retomaron viejas costumbres. Desapareció la pereza a golpes y cambió la temperatura, exterior. En horizontal se intensificaron los gestos y se prolongaron en el tiempo, entre silencios, contra lágrimas y alguna sonrisa tímida. A fuerza de escuchar diferentes versiones de algo similar se avanza despacio, se plantean dudas y se escuchan los pensamientos que ya no se conocen, por falta de práctica y a pesar del interés. Las manos, la boca, la piel y las melodías que elegiste regalar, escogidas para cada cosa, sin improvisar ni un segundo, irrumpen como inesperadas. No hay tiempo para discusiones sobre este u otro asunto, ahora que el sábado se nos voló de entre los abrazos y en silencio. Forma parte de la vida, es su esencia, no se cuestiona. No se admiten lágrimas ni reproches. No me llores por favor y acércate a mis labios, otra vez...

viernes, 15 de febrero de 2013

Y lo digo porque lo siento...

Tengo fama de intransigente y siempre me he enfadado al oírlo porque preferiría ser de talante abierto y tolerante. Pero el paso del tiempo, aparte de dejar recuerdos en mi piel, me ha enseñado a reconocerlo, con toda la humildad imaginable. Lo cierto es que hay cosas que me resultan muy molestas e imperdonables. Una en especial. A saber: hay personas que dedican tiempo y atención a determinado#s amigo#s cuando están singles, impares, sol#s, sin pareja. Son l#s amig#s más maravillosos. Hasta que les aparece alguien. Entonces, en ese momento, el mundo se despuebla, la agenda se vacía, no hay actividades ni citas y tampoco llamadas de cortesía para el seguimiento más básico y elemental. 

Soy de las que opinan que querer es poder y que encontramos tiempo para lo que nos interesa. No me sirven las excusas. Soy, como dije antes, intransigente.

Puedo decir un par de cosas: quien a mi me lo ha hecho ha sido borrad# de mi vida, de mi agenda y oportunamente bloquead# de estas nuevas formas de comunicación. Y yo, que [no presumo pero] nunca me he quedado sola, jamás he dejado de interesarme por quienes sabía pasando un momento bajo...

jueves, 14 de febrero de 2013

Apuesto a que mañana...

Todo es relativo. Pero hoy ha sido un día con un par de momentos difíciles. Cuando una no se mueve en zona de confort, la ansiedad aprieta... Así que pienso en serio que Bea, la de las neuronas zurdas y especiales a quien nunca he conocido, estaria hoy orgullosa de mi. No es, desde luego, mi papel natural. Pero hoy me eligieron para ser bulldog y va con el sueldo. Tampoco puede una elegir, a pesar de lo que opina la generalidad de los habitantes de este mundo. Así que, en mi incómodo cinco por ciento, he tenido que adoptar un par de decisiones rápidas, pensando poco y viéndolo clarísimo, harta de indefiniciones y unfair play. En un intervalo breve y ante el estupor de quienes estaban presentes o en linea y altavoz, he bloqueado [confieso que no he tenido otro remedio; no me gusta comjugar el verno 'bloquear'; me parece muy feo] una operacion para mañana (riesgo de 2.9M€) en la que mi firma avalaba. Y acto seguido, pero en otra reunión, he determinado la compra de inmuebles por otro par de millones multiplicado por 1,5. No es mi salsa ni mi mejor perfil pero hoy alguien tenía que hacerlo. Y yo cada vez tengo menos paciencia. Eso sí: llevo dos días aprendiendo de manera intensiva pero durmiendo breve e incómoda. Y estoy de una mala leche...

El asunto es que mañana mismo hay quien espera resolver alho conmigo a las 8:30, a las 9:00, a las 9:30 y a las 11:00.

Espero que nadie tenga la amabilidad de cuestionar y aconsejar que mejor cambio de vida y eso. No creo que tenga opción, señores y señoras...

Nada menos que amigas...

Creo que tenemos que hablar, ahora que está pareciendo que algunas cosas se salen de lo normal. La discusión del 'defíneme normal ahora no toca...', porque lo que quiero que pienses es algo distinto. Quizá son imaginaciones mías pero, a estas alturas, es altamente improbable que esté en un error...


Fíjate bien. Verás. No es normal que chequees compulsivamente una de tus cuentas de correo, que mires la pantalla una y otra vez por si hay algún aviso en los iconos de mail, de whatsapp, del blog. Hace un par o tres de semanas no lo hacías, al menos no con esta intensidad, mientras conduces, caminas por la calle, tu teléfono está sobre la mesa o discretamente dispuesto en algún lugar no perceptible pero fácilmente chequeable. Tampoco simultaneabas conversaciones escritas o correos centrándote solo en uno de los remitentes. No estudiabas con tanto interés el contador ni sentías que esto de corresponder con una extraña a lo lejos no era una actividad muy normal. Y por eso no la has compartido con nadie. De momento. Si, de momento... Algún día va a ser imposible no hablar de todo esto con alguien, porque dentro, en el alma, se va a explotar...


Tampoco es lo más normal, l#s dos lo sabemos, que te sepa a poco casi todo: el gesto, la voz, las escasas conversaciones, los mensajes breves, una linea o mil lineas llenas de letras... Porque ahora despiertas entre sueños y consultas el momento en el que el teléfono dejó de operar, miras la foto de perfil y a veces te gusta el paisaje y otras muchas extrañas a la persona, un retrato, su perfil... 

Y creo que esta conversación es importante. Porque lo eres tú y por la fragilidad de la situación. Porque un día no estuvo y mañana puede dejar de estar. este tipo de relaciones, ya se sabe, son intrascendentes y están condenadas a agotarse, consumirse, desaparecer...

Atrévete con la amistad, esa relación plácida, generalmente divertida y a veces (cuando hay suerte, interés, empatía y mimos) infinita; vamos a seguir adelante, por caminos distintos, transcurriendo en nuestras vidas tan distintas y tal vez a cientos de kilómetros para siempre, siempre; sin embargo, solo amigas. Amigas a largo plazo, como las imposiciones bancarias, por ejemplo. 

Amigas de las buenas y de verdad, que acompañan en los malos momentos o son una fiesta, por las que te cruzas diez paralelos en vuelo rasante al mínimo indicio o bien te pasas la noche en vela en pijama haciendo un FaceTime, aunque mañana tengas claro que llegará un día duro; y te vas a Asia (China está en Asia y les gusta el color rojo. Tienen hilos larguísimos, que unen distanciad...) y proyectas lugares sin poder parar. Sorpresas u pequeños detalles, como la nota en el punto de libro o debajo de la almohada, el beso impreso sobre el vaho del espejo del baño y el te quiero en carmín, una caja de bombones pequeña con forma de corazón y tulipanes de color naranja... Ese tipo de cosas que ya se saben, que se pueden dar por hechas, que resultan mágicas en tantos momentos de la vida, en sus etapas, al principio y al final de tantas cosas.

Venga, deja que seamos amigas y olvida todo lo demás...


miércoles, 13 de febrero de 2013

Imposible sentirme peor con tan poca cosa (editado)

Vamos a ser amigas. Nada menos. Y a tomarnos en serio, con el rigor de un compromiso necesario y conveniente. Venga, atrévete con la amistad. Únicamente, sin dudas sobre si tener que avanzar hacia algo más o verse impelido a ello. No. Estamos en otro plano y quiero que me digas que, aunque te ha costado, has conseguido no esperar a toda hora una señal, ni recibir las letras breves en el WhApp. Borra, elimina todos los motivos que invitan a determinados usuarios. Ser amigas y no trascender  o decidir que nada va al plano difícil de algunos sentimientos escapar la mirada al teléfono medio escondido y releer conversaciones de un monto feliz en algún parte...


Lo siento pero me veo obligada a editar, cosa que no suelo hacer. Introducción: no consumo estupefacientes, normalmente no me excedo con el alcohol, que degusto con moderación y apasionadamente porque es mi responsabilidad y porque conozco el mundo desde dentro y muy recientemente. Anoche sucedió que llegué a casa con el post bailándo dentro de mi coche al compás de melodías como "live me to the end of love" o "secret life" y otras perlas, que me llevaron de noche y demasiado tarde a casa, con una ansiedad que se me saltaba por dentro de las venas y se apreciaba a simple vista, en la superficie de la piel. Fui mala madre y todo me salió mal. Mil presiones de plazos cuyo cumplimiento no es posible, discusiones por la mañana, por la tarde, contra altos cargos que no suelen escuchar. Sabía que no dormiría y decidí preparar el sueño ingiriendo algo que mi doctora preferida, con grado de consanguinidad, me había regalado un día, para cuande llegara el caso. Y yo, sabiendo que ese era precisamente el mejor día de todos para probar y teniendo en cuenta que soy de naturalez confiada, la ingerí, como debe ser, con un sorbo de burbjeante coca cola light. No quise cometer el mismo error que una vez anterior en la que mi cena se vio acompañada de un par de vasos de un vino del Priorato. Eso fue terrible, debió serlo porque mi descendiente se reía preocupada porque no era capaz de caminar recto de la cocina a la cama, por ejemplo, si no que debía apoyar hombro en la pared y mantener la verticalidad. Se ha reído durante mese de lo gracioso que hablaba y que nunca llegó a entender y no ha olvidado la anécdota, no. Ayer no quería volver a ser ridícula y opté por la cocacola. El hecho fue que  quedé fuera de combate en algunos minutos y que me acosté con prisas para evitar el mareo de visión y de cabeza. Sin interrupciones nocturnas y con sueño seguido, al despertar no sabía ni quien era, ni cómo había llegado a la cama o, lo que es crucial, dónde coño estaba mi móvil y sus cuarenta cuentas, con correos por abrir y decenas de conversaciones en marcha. Suelen tomar prestado a ratos ese aparato, mis descendientes: que si los juegos, que si el instagram, el twitter, yo qué sé. Un rato de pánico. Como ellos dormían aún no podía perdirles ayuda aunque me costara la dignidad de reconocer mi estado. Me he llamado a mi misma. Soy idiota y siempre lo tengo en silencio. Así que he debido buscar por toda la casa el zumbido vibrador: en la nevera, el baño y la cafetera, en baños que no son el mío; cerca del Mac y en el recibidor; entre las arrugas del sofá; arrodillada escuchando los bolsos vacíos... Estaba debajo de mi cama, encendido. Viviré mil vidas y no sabré cómo lo dejé ahí, en lugar de su sitio habitual y en carga...

Sé que el post de anoche es confuso, gramaticalmente incorrecto y ha dado pie a malentendidos. Prometo reconducirlo y redactarlo tal como pensaba que lo había escrito. Con sus verbos y sus predicados, lo normal...

martes, 12 de febrero de 2013

Frío y flashes...

De pronto me doy cuenta de que empiezo a recorrer de memoria la ruta de ese aeropuerto (otro), sé el punto exacto en el que está la tienda de Armani -por ejemplo; es solo un poner- o dónde encontrar los Godiva que suelo llevarle a mi ascendiente en cualquier ocasión en la que me ausento de casa, aunque sea solo unas horas. Por impulso. Su cara de sorpresa/ilusión/alegría/orgullo es priceless. Aterrizar de (muy de) noche y sola no es el planazo de la semana pero sobrevivo y arrastro la maleta sin ganas por esos pasillos inmensos y medio vacíos, esperando a que la bofetada de frío (menos uno, según la App del teléfono) me reciba y me acabe de tumbar. Observo con atención, mientras la alfombra automática acelera mis pasos ya rápidos, un anuncio apaisado, de una marca norteamericana de ropa con la que me siento profundamente identificada, de unos tres metros de alto por unos cincuenta de largo (mal calculados, pero no es una fruslería, calculando a cuánto se cotiza el metro cuadrado de publicidad en ese soporte y lugar; fruslería, qué horror de palabra...), que muestra frontalmente a once jóvenes (son once, seguro; lo sé porque los cuento uno por uno; ya he dicho alguna vez que suelo contar cosas absurdas que veo en las calles, en casa, en cualquier lugar: lineas, árboles, lámparas, siempre que estén en el mismo campo visual; me inquieta no tenerlas contabilizadas...) de todos los sexos y varias razas, impecablemente vestid#s casual y sonriendo con impunidad, desparpajo y algo de condescendencia a la cámara. Híper segur#s de sí mism#s. Atractiv#s según los usos del momento y despreocupad#s como los estudiantes de un campus yanki, l#s examino uno a uno a medida que se deslizan a mi izquierda, a velocidad constante y simultáneamente recuerdo una de las etapas, probablemente la más divertida, la que me ayudó a crecer a mi junto con esa marca tan difícil de pronunciar bien, como si me estuviera muriendo y la vida fuera pasando frente a mi a base de fotogramas en flash...

lunes, 11 de febrero de 2013

La mujer de los coros de Leonard Cohen...

Hace años vi en tv una canción de Leonard Cohen, Dance me to the end of love; me impresionó una de las dos mujeres del coro. Era morena, no tan jóven como era de esperar, con el pelo no muy largo, no muy corto, con rizos amplios; se movía como si hubiera vivido en ese plató desde su nacimiento, y se la sentía viviendo la canción; la voz sobresalía sobre todo lo demás: los susurros masculinos, la percusión, las otras voces, todo. Creo que ha pasado una gran cantidad de años porque Leonard era mucho más joven que es hoy pero recuerdo a esa mujer con nitidez. La he buscado, claro. Me he tragado una y mil versiones de esa canción y, sí, salen mujeres, pero ninguna es aquella. Seguro... A veces pienso qué habrá sido de ella...

Como en un lugar público y a mi lado una pareja se va reprochando cosas. Ella, embarazada de muy poco, lo acaba de comunicar a su pareja, un hombre de mi edad, con barba. Me maravilla alguna cosa: le insiste en si quiere tener el bebé; le repite con persistencia que no se preocupe por nada, que todo saldrá bien, cuestionando que prospere. Ella llora con discreción, sonándose de tanto en tanto, como si estuviera resfriada. A veces, esas frases hechas, tan típicas del género, tienen efectos balsámicos y reparadores. Otras veces, suenan a tan poca cosa...

domingo, 10 de febrero de 2013

También yo soy sensible...

Otra maleta hecha. Breve, suficiente, justa. Al final he aprendido a viajar ligera, sin excesos. Mi trolley y yo. Hacia el norte, con la secreta esperanza de que la nieve, la fuerza mayor, impida despegar y justifique mi ausencia. En esta ocasión es distinto porque ha cambiado el ente al que debo representar. Es diferente, solemne, oficial, con nombramiento. Y el pánico no está admitido, en estos casos. Solo espero poder, que ya será todo. Pero eso será después de celebrar oficialmente que hace veinticinco años, ni uno menos, que estoy comprometida con una corporación de derecho público. Luego, el vuelo nocturno, el único que me permitía encajar agenda, que me aterriza cerca de la media noche a poco más de mil kilómetros de casa, moviendo agendas familiares y viendo caras que empiezan a enfadarse, por la frecuencia de las ausencias de estos últimos tiempos. Soy la primera a quien esto fastidia; tampoco a mi me gusta romper algunas rutinas como la de no poder acompañar los hábitos diarios o no visitar ni el gimnasio ni a sus pobladores, soplos de aire fresco que se extrañan, al final. Todo se resiente, todo. Probablemente lo que más el fondo del alma...

sábado, 9 de febrero de 2013

No tengo ni siquiera la oportunidad de llorar...

Son las hormonas. Son las hormonas. Son las hormonas. Tienen que ser ellas...

He salido a la calle. He hecho cosas cotidianas y reconozco que ahora han devenido excepcionales, para mi. Me he visto desde fuera, desde arriba, desde lejos. No estaba dónde quería estar [frente a un escaparate lleno de animales muertos y despedazados dispuestos cuidadamente sobre unos mostradores], no hablaba con quién me hubiera gustado estar hablando, tampoco tenía a mi lado a mis descendientes, como años antes, como cuando la vida era algo normal, había llegado a construir un entorno como el que siempre se me había dicho que era el objetivo. Lo tenía. Lo tuve. Les tuve. Hoy ya no. Ya no, como el chico de mi edad que está a mi lado, a la derecha, esperando a ser servido, abrazando con devoción a una niña preciosa de dos años, que le devuelve la devoción con besos en la barba, llena de canas pero bien cuidada. Él, hoy, tiene lo que yo tuve. Y para mi alegría se le nota por todas partes que lo valora, mucho más, quizá, que lo que yo nunca hiciera. Tal vez.

Los ojos se me han inundado y la dueña del lugar lo nota. Me conoce. Fueron muchos años de tener una vida normal. Normal. Normal. Llorar me sienta mal porque la mirada se me irrita y mi timidez se agudiza, sobretodo cuando me pasa en público. Supongo que un poco como le debe suceder a todo el mundo. Ironía... No he podido llorar. Y he regresado a casa, dejándolo todo a medias, sin hacer, como el ser más desgraciado del universo y del resto de las galaxias que aparecen de tanto en tanto. He vuelto para llorar en la intimidad de un lugar que a veces tampoco reconozco. He mirado la cama, desafiando la imperiosa y cuasi invencible necesidad de introducirme entre sus capas y no moverme nunca más. Qué mal presagio, cierto; hasta yo lo sé. No pinta bien. 

Necesito llorar y también un abrazo. Y que alguien me acaricie la espalda susurrándome que no hay de qué preocuparse, que deben ser las hormonas...

viernes, 8 de febrero de 2013

Regreso y anochece...

Como dicen desde el centro de la península, este fin de semana juego en casa. El equipo está formado por ascendiente y descendientes. No es impresionante pero sí entrañable. Soy perfectamente consciente de la fragilidad de las presencias en mi vida. De la provisionalidad de las relaciones [de cualquier tipo] y de que nada sea inalterable ni permanente ni tampoco perpétuo. Miro hacia atrás y todas las cosas me confirman que ha habido etapas de una pluralidad de tamaños, con protagonistas muy grandes, muy breves, cruciales, irrelevantes. Y de todos los colores. Por esas certezas, el plan de sofá y lectura o película me parece de los buenos. Quiero confesar que mi naturaleza inquieta, fiestera y populista se resiente de todos los tiempos detenida, en modo calma cómoda. En realidad soy una inmadura infantil a quien le apetece una fiesta más que a un tonto una gorra de cuadros. Y ya se sabe que las cosas, cuando no se tienen, se quieren con toda la intensidad. Como algunas personas, aunque esto me lo han contado, porque he tenido la fortuna de tener lo que he querido. O no. Pero hoy no toca rememorar ni invocar ni pasearme por los lodos de quienes me hicieron sufrir. Hoy no. Se me amontonan otros pensamientos, distintos, a partir de las tareas que comienzan el lunes. Se acumulan los destinos que han de venir, como los años que celebrar y a veces siento un poco de vértigo, un poco de soledad, un poco de miedo. A mi nunca me han gustado los compromisos. Porque me da miedo fallar, porque no quiero fracasar de nuevo, porque tengo el alma inquieta y no puedo permitirme dejar ni un milímetro sin explorar, porque hay que intentarlo con fuerza y hay que ensayar experimentando, porque no es posible que esto sea todo, amigos y que nada se alterará en mi trayecto por el desierto, porque alguna vez habré de enfrentarme a la soledad que me paraliza [quizá por ser la enorme desconocida], porque la vida es [o resulta, en ocasiones] larga y hay que estar en forma para lo que ha de ser. No me gustan los compromisos, tampoco manchar el cristal de las copas con carmín o con crema de cacao, aunque parezca una anécdota estúpida...

jueves, 7 de febrero de 2013

Una estupidez que se entiende perfectamente...

Pido disculpas por la naturaleza consumista y frívola de esta entrada. Sé que puede herir sensibilidades a quién esté sufriendo los efectos de esta crisis.

Pero he descubierto que el 80% de las fundas de iPad que llevamos las mujeres es de color rojo.

Como estudio de mercado riguroso no tiene ningún valor. Pero yo aquí lo dejo...

Zorbing...

No sabía cómo se llamaba esta actividad.

Ahora no creo que lo olvide nunca...

miércoles, 6 de febrero de 2013

Nadie lo diría...

No me acostumbro a pantallas pequeñas en las que torpeo veces infinitas y tengo que repetir los golpes excesivamente para mi impaciencia. Estar ante una pantalla puede ser, a veces, una de las maravillas de la vida. Hacer maleta de nuevo no lo es, por ejemplo. Cambiar una y mil veces los pernoctes de mis descendientes con el correspondiente recochineo de mi "ecs" pues tampoco. Pasear por el campo después de la comida y antes de seguir trabajando, después de haber bebido uno de mis vinos preferidos es, como mínimo, extraño por infrecuente. A veces me preocupa. Digamos que soy una mujer confundida a la par que preocupada, entre otras muchas cosas...
 
Noche breve y ver volar paisajes mientras amanece y mientras arrastro una maleta con ruedas tamaño cabina y un maletín para todo lo demás y, sobretodo, sueño detrás de los párpados; se me han desaparecido muchas ganas de tantas cosas. Me he cansado, es simple. Ha dejado de haber algunas novedades que devinieron rutinas, que son mi enemigo número uno, pero todo sigue su curso y procuro reir y disimular que habría otros miles de lugares en los que preferiría estar, seguramente con distintas compañías. Y sigo. Y estoy. No se nota nada, ni siquiera que miro de reojo porque hay en el otro extreño del restaurante unos ojos impecables que no dejan de rondarme...

martes, 5 de febrero de 2013

Bienestares...

Volver al este tiene su coste: no me acostaría nunca, me resulta difícil conciliar el sueño y al despertar siento un escozor en los ojos más propio de la media noche que de las siete a.m. Eso es sinónimo de cambio de ciclo circadiano, claro. Simple. Y ya se regularizará al ritmo de día por hora cambiada. He regresado al gim después de un largo parón por diferentes razones, la peor de las cuales me llevó a pasar algunas horas ingresada. Actividad presenil pero me siento estupendamente. Al final, también yo seré más fuerte de lo que parezco en la distancia. Ya se sabe: las apariencias. Engañan. Como algunos hombres. Como algunas mujeres.

Leí a diez mil pies algo muy interesante acerca de la adicción que crea la secreción de adrenalina. Creo que me quedé con lo esencial (parafraseando a Saint Exupéry, un poco) y que no es necesario que consulte la red. Quizá eso explique que al final del día te sientas vacía si la jornada ha sido tranquila y no ha tenido carreras por los pasillos, reuniones superpuestas, cancelaciones de última hora, llamadas rechazadas por imposibilidad, ubicuidades imposibles y un par de docenas de reproches o miradas decepcionadas de quien vino a verme sin avisar [eso no está del todo bien si aspiras a tener una agenda operativa, como buena persona organizada] y se encontró conmigo tras la pantalla del pc y el teléfono fijo a la altura de mi pabellón auditivo derecho [suelo hablar así, en esa postura, habitualmente] y el móvil sonando insistentemente en la mesa auxiliar que queda a mi izquierda.

Discuto en la última llamada del día de hoy si he tenido un día bueno o malo, como yo creo. Intentan convencerme que fue positivo y no me muevo ni un centímetro de mi convencimiento inicial. Pero a mi nunca me ha gustado discutir. Hay otras convicciones que me está costando más mantener a raya y quedarme quieta. Tengo un sentimiento [en realidad, tengo muchos...] extraño, como si alguien rondara en círculos y en silencio a mi alrededor y la percepción es idéntica a la de la claustrofobia de un encierro. No pienso en los de Pamplona, solo en uno cualquiera... No soy yo si no el entorno. No tiene que ver con mi mente ni con mi cuerpo. Es exógeno e ingobernable, algo que está ahí y sin poder evitarlo permanece. No va a ser eterno, esto también es fácil de prever. Pero si que está siendo intenso...

lunes, 4 de febrero de 2013

Y sin embargo...

Con todas estas décadas a la espalda, a cuestas, a rastras y a trompicones. Con tanto tiempo impreso alrededor de los dos ojos y de la boca. La de lágrimas que he ido perdiendo por los caminos y las situaciones atravesadas. Parece mentira, con toda probabilidad: nunca antes estuve tan confundida. Y todos los sinónimos del verbo, así como la mayor parte de sus conjugaciones, me atropellan a estas alturas del recorrido, como si pudiera quedar impune y no padecer daños colaterales. Como si pudiera con cualquier cosa. Y nadie sospecha nada...

viernes, 1 de febrero de 2013

Un viernes y tres aeropuertos...

Qué sueño tan extraño, sobretodo tan real. Ha sido como sentir el asfalto bajo los pies, el crujir de las cervicales que no alcanzan a terminar los edificios, notar el viento gélido del Golfo golpeándote frontalmente y desplazándote un poco hacia atrás, o deteniéndote en tu rápido caminar. He podido sentir las yemas de los dedos de la mano derecha quemándose con el típico vaso de café y tapa de plástico mientras caminaba por una calle cualquiera y el paladar sufriendo por un chili que se me llevaba de pronto al norte de la India; los aromas. He tenido la intensa sensación de recorrer lugares por primera vez, yo que creía que apenas quedaba nada. He recibido la calidez de l#s lugareñ#s pero me tuve que entretener recordando que tal vez dormía y que eso era solo un sueño. He estado, he debido estar y he presentido que me sentiría encerrada, al regreso de lo que nunca sucedió. Han llegado voces, letras, cuentos e historias, vidas y me he preocupado, pero debía estar durmiendo. Quizá por eso el escozor de los ojos, el humor difícil, el apetito cambiado y el semblante serio. Es lo que sucede cuando se duerme poco y se sueña tanto...