Al final siempre podemos. Con todo. Hasta con lo improbable e insospechado. O con lo demoledor. Siempre salimos adelante, renovados, aprendiendo a ser nosotros mismos, el sumatorio de todas las cosas, las vivencias, las personas y lo que hemos sido antes. Una épsilon enorme.
Al final la vida está formada por capas, compuesta de etapas, con sus protagonistas y los secundarios. Mucho reparto, tambien. Hay que saber discriminar quién es quién en cada vida, claro. Porque confundir personajes y entregarse da malos resultados. Hay momentos para la nostalgia y a veces asoma una sonrisa breve, tímida, corta. Algo es algo. Otros momentos son para sacudirse de encima los recuerdos, recibir ese consejo una y mil veces repetido, oir hablar de admiración y huir hacia delante, como si el diablo nos pisara los talones. Sin mirar atrás. Para no encallarse en el perjuicio. Para no instalarse en el dolor.
Al final la vida es lo que es. Una combinación de trozos, de instantes felices y otros de profunda desolación, de errores y de reacciones tardías. Al final la vida se llena de gente que quiere ocuparse, que te cuidan, que prometen porque está todo por conocer. Se llena de esperanza y de ilusión y desaparece muy despacio el escepticismo porque alguien te susurra al oído que las excepciones rompen las reglas pero que no podemos apoyarnos en eso. No conviene. Queda buena gente...
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