Ha salido la foto en la portada de Google, en mi pantalla. Esta misma mañana.
Lo recuerdo perfectamente. De hecho, hice parar el coche de pronto, sorprendida por la explosión de color (es naranja yema de huevo) en un entorno protagonizado, única y exclusivamente, por el blanco, gris, azul marino y negro. Nada más.
Dos semanas sin ver colores afecta negativamente al estado de ánimo y al carácter. De verdad. Te abraza una tristeza que refiere mucha gente que vive en países en los que el día es corto y los cielos son grises. Siempre, durante muchos meses, cada año.
Es un lugar precioso, lejos de todo, en medio de la nada. Solo grupos de tres ovejas. Nadie.
Cambio de tema. Después de este precioso recuerdo.
Es complejo gestionar la emoción de saber que nunca voy a volver a ese lugar. Por ejemplo. Tampoco a otros muchos. Y que ya no iré a miles de sitios a los que me gustaría ir.
Se le llama vida, seguramente.
Ayer regresé a casa por una carretera muy estrecha. Era de noche. Pocas luces, algunas adornando con un gusto definitivamente horrible (nada de dudas) las fachadas, algún jardín, la calle principal, árboles...
Detrás del volante, con la música, redacté mentalmente un post precioso. En serio.
Eran frases cortas, entonadas con entusiasmo, porque nadie podía escucharlas, porque salían directas del alma. Describían el lugar, el momento, el frío, las curvas, los coches que cedían el paso, la noche...
Imposible recordarlo.
Magia pura, señoras...
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