Qué bonitos los principios...
Esos en los que no conoces a la otra parte.
En los que tú misma te muestras preciosa.
Sin grises, ni miedos, ni presiones, ni nada malo.
Todo son planes de futuro y ganas de hacer cosas, nuevas o no.
En la otra punta del mundo. Como si no hubiera guerras, ni países peligrosos, ni zonas catastróficas.
Tú quieres marcharte. Cuanto más lejos, mucho mejor.
Esos momentos en los que acabas de coincidir y os miráis con las babas cayendo a ambos lados de las comisuras de los labios. Con admiración y devoción.
Esos de antes de que lleguen las nuevas rutinas, cada pareja las suyas.
Los principios de los empujones a la cama, las risas, los atropellos, desnudarse deprisa y chocar de dientes entre besos apasionados.
Los de priorizar a la otra parte por encima de todo, los de desdibujarte para priorizarla, los de decir a casi todo que sí, aunque dé pereza o no apetezca nada, los de conocer a las familias y morir de vergüenza, a los amigos...
El principio en el que te ves compartiendo la vida hasta el final de todos los tiempos y te pides marcharte la primera, para no sufrir.
Las largas conversaciones en las que salen las coincidencias, si practica los mismos deportes que tú, si le gusta volar, qué tipo de comida prefiere, ¿el cafè?, ¿picante?, su país preferido, si vive con alguien, cuántas relaciones ha tenido, cuál le marcó más...
Y todo eso produce el efecto del pegamento a cada frase, con cada respuesta, cada plan. Y te vas colando y se va introduciendo, hasta crear el hábito más difícil de olvidar.
Esos inolvidables principios...
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