¡Qué curiosa, la vida!
Después de pasar un fin de semana introducida en una naturaleza salvaje, verde y de todos los colores del otoño, con sus degradados de marrones a amarillos, con un grupo de personas que me quieren y a las que quiero, me siento de nuevo a la mesa del despacho, con la cabeza fuera.
Como si no hubiera vuelto, ¿sabes?
Como si no quisiera volver, en realidad.
Como si estar desocupada fuera una solución, en lugar de catástrofe.
Digamos que ya estoy casi del todo instalada en mi nuevo lugar.
Estoy a medias de mi cambio de armario, pero reconozco que me cuesta ubicar las cosas y que con la ropa de verano cometí errores de distribución.
Valoro enormemente el espacio, cada rincón que he ido montando. Hay rincones encantadores en cada lugar y a mi me convence bastante, además de ser un poco útero, lugar seguro, con vistas y profundidad, con mucha luz y bien ventilado.
Aunque mi frase preferida sobre este asunto es una: "la casa perfecta no existe".
No voy a extenderme en eso, pero si se piensa bien es así.
Solo faltaría que ese espacio respirara vida.
Quizá falten plantas...
;)
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