No quería conocer a nadie. Y me conociste a mi.
Era demasiado pronto. Para mí y para ti.
Sabía lo que quería. Aunque no entonces. Pero tú no.
Los miedos nos ahogaron y un psiquiatra lo curó, todo. El primer día.
Loca por ti. Tú loca por mí.
Creí que la paz y el equilibrio habían llegado, por fin.
Hicimos capas y capas de un nudo grueso, imposible de deshacer. De yute o esparto. Natural, al fin y al cabo.
Como en todo amor imposible, aunque suene a decimonónico.
Lo supimos, lo veíamos, sin poder cambiar nada, haciéndolo mal. Cada vez.
Cada estira. Y afloja.
Inestabilidad, ir y venir sin salir de casa, soledad, ansiedad y angustia (que no son lo mismo, no).
Felicidad. De pronto, el horror.
Los nudos no se deshacen. Se cortan. Lo dice una amiga.
Y no tenemos tijeras, ni fuerza para asirlas. Ni ganas. Ni la teníamos. No las tuvimos.
El enganche inicial, la atracción de la piel, la comunión horizontal, los silencios perfectos. Besarte la lengua.
Y los huracanes, los gritos con las bocas cerradas, las horas pensando sin concentración.
Las esperas.
Ni contigo.
Ni sin ti.
Pero con nadie. Faltaría más.
Sin planes. Cancelando reservas e ilusiones, que mueren contigo.
Palabras que significan tantas cosas feas. Que quedan ahí, ingresadas al subconsciente, sumadas, presentes, dolientes.
Deja que te abrace. Túmbate a mi lado. No des un portazo al salir.
Incongruencias.
Incomprensibles, inesperadas, insospechadas.
Tu belleza.
Tantos errores. Tanto sofá y tanto Netflix, querida. Te equivocaste conmigo, ¿verdad?
Y te diste cuenta tarde. Cuando no podía ni verte, ni quería saber de ti, ni el tacto.
de tu alma negra.
Y tampoco te lo esperabas. Te abandonaste, engordaste, te sedentarizaste, ni leías, ni aportabas, ni eras útil. Y nos fuimos lejos de la otra.
Con la esperanza de renacer y volver a ser felices...
Qué bien (d)escribes!
ResponderEliminarNo me tienes acostumbrada. Gracias.
ResponderEliminarSparkling