Escucho en bucle Nostalgy de Martin Bloch mientras escribo lo que va a seguir, sin guión previo. Solo una idea en mente.
Lo digo porque condiciona un poco. Y porque el tipo me encanta y os lo recomiendo para momentos de quietud y reserva. Y de soledad. Que es un sentimiento, una condición y una sensación.
Si digo tonterías me paráis y me sacáis del modo automático, embobada frente a la pantalla, sin mirar el teclado. Luego sale lo que sale...
Esta mañana he pensado en ti. Al abrir los ojos cuando sonó la alarma, al estirar el brazo izquierdo para sacar el teléfono del modo avión y ponerme al día.
He buscado alguna señal tuya. Y la he encontrado, así que se me ha escapado una media sonrisa, tumbada boca arriba, desperezándome, planeando el día y qué hacer para recuperar las ganas de hacer algo.
Me levanté demasiado deprisa de la cama y me dio vueltas la cabeza. No estoy tan bien como pensaba y sigo arrastrando algo que no tiene nombre, aunque puede parecer vírico, un golpe de frío, no sé. Me he apoyado en la pared con las palmas de la mano abiertas y la cabeza baja.
Viviendo sola debería ser más cuidadosa porque es la segunda vez que me pasa. Y que si me desvanecía y me hacía daño no sé cómo ni quién se habría dado cuenta, ni cuándo...
Unos segundos más, todo pasó, me fui al cuarto de baño y decidí ducharme antes de desayunar, para alargar un poco el ayuno, como haces tú y te sienta tan bien. Tampoco tenía hambre, en realidad.
Mientras estaba sintiendo cómo resbalaba el agua caliente desde mi cabeza hasta los pies, recordé que nunca nos duchamos juntas en esa ducha como me hubiera gustado. Enjabonada y mirando las gotas de agua dibujando caprichos en el cristal de la mampara.
He visualizado tu cuerpo desnudo y cómo te enjabonaría la espalda y todo lo demás: despacio, consciente, con todos los sentidos apagados excepto el del tacto, potenciado. Tu vello erizado, tu cabeza hacia atrás, tus brazos abiertos en cruz, sujetándote para no perder el equilibrio.
Chorro frío.
He pensado en ti mientras hacía mi primer café. Poniendo el agua. Añadiendo los granos con una mano mientras sujetaba la máquina como podía. También me he acordado de que tomas varios seguidos, sin azúcar, y que te gustan mis vasos para no quemarte los dedos.
Al salir de casa he recordado que tenía que cambiar de llavero urgentemente. Pero había unas cajas (que ya no están) que impedían abrir el armario donde lo guardé para no verlo. Corazón que no siente.
He cruzado la calle viendo el lugar donde aparcaste el coche el último día que me visitaste. Agua condensada en la luna delantera y figuras divertidas. Arranqué silenciosamente y con la mirada perdida, pensando en nosotras y en que muero por viajar contigo, irnos lo más lejos posible de todo, de todos, de la vida que llevamos... Y construirnos juntas.
Me he sentado a la mesa del despacho.
Ausente, apática y apátrida, sin ti...
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