Me sigue pareciendo de estudio el hecho de que el lugar del que vengo tenga, todavía ahora [cerrado, inactivo, desde hace meses] más visitas que este. Curiosa sensación, la que me provoca. La idea no es que esto se llene de gente y comentarios. No. Porque luego me ataca la timidez y mis palabras dejan de saberse a salvo en la intimidad de un par o tres de ojos que sí dicen cosas. Esa es una situación bajo control.
Un fin de semana con muy poco movimiento y muchos controles que organizar. Materia por repartir, lecciones que tomar y hasta comarcas que preguntar. No las había estudiado nunca antes. Esa es la parte buena, junto con la posibilidad de leer los diarios justo antes de que caduquen. Y acostarnos tarde, algo más tarde, porque al día siguiente hay margen para alargar, solo un poco.
Son momentos de detenerse y pensar en las personas extrañadas, que prosiguen, caminan y viven, quizá también echando de menos. O no. Y convencerte de que ya no queda nada, apenas nada, para el nuevo paréntesis que aguarda, para recargar y conseguir que todo sea simple con una dosis doble de paciencia. ¿O dije resignación? Boh. No importa el término. Creo.
Recomienza una semana, a la que me enfrento con más pereza que lo que suele ser normal. Repito acciones y movimientos, que se convirtieron en rutina a fuerza de ser repetidos un día tras otro. Mi paso por la cocina para quitarme el ayuno. Lo primero. Mi estancia en el baño y los gestos rituales. Hasta la dirección de las manos mientras me enjabono el pelo, todo el cuerpo. O empezar el cepillado de los dientes siempre por el lado derecho, esperar al último minuto para pulverizar mi colonia o calzarme antes de salir por el ascensor, todavía lanzando voces e instrucciones, que se olvidan la cartera o la luz abierta y no acabaron el desayuno. Son esas rutinas que están destinadas, tantas, a ser extrañadas cuando la salida de casa la haga sola y acostumbrada a su ausencia. Qué suerte, que la vida me haya reforzado y hasta vuelto egoísta, porque ya sé lo que ha de venir y, en efecto, confieso estar muerta de miedo.
Pero prometo que ese sentimiento, esa sensación desde fuera no se nota...
Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...
lunes, 9 de marzo de 2009
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- Si. Claro. Cómo si fuera tan fácil hacer una definición completa y, además, ecuánime de una misma a estas alturas de la vida... Creo que, por lo menos, necesitaría un fin de semana. ¿Hace? ¿Si? :)
Alargas mucho la mirada. ¿Se puede ver tan lejos?
ResponderEliminarNo me extraña tu miedo, se sobrevive, pero es difícil y duro.
Aunaque yo no dibujaría un paisaje tan claro y con tanat antelación sin pensar que todas las fichas se mueven, no sólo las suyas.
En cualquier caso hay muchas soledades y no todas son iguales, algunas incluso son gratas.
Ánimo, si miras la edad de independencia...te queda mucho.
Beso, desde Larilandia.
Después de pasar por quirófano, sí: se ve muy lejos... Y te aseguro que tanto, tano, no queda... Si lo sabré yo.
ResponderEliminarBeso, de martes con sol.
Lo cierto es que sí hay cosas dignas no quizá de estudio, pero sí de reflexión, que quedan de manifiesto entre otros medios, a través de éste.
ResponderEliminarEstá claro que al publicar abiertamente en la www, cualquiera puede tener acceso a lo publicado, y gran parte de las veces, lo tiene desde el anonimato más genuino. Lo cual es, sencillamente, un hecho que sea da por sabido por parte del autor: publicación en abierto --> afluencia en principio impredecible. Y sí, es verdad, al final el ámbito de lo publicado es, por así decirlo, más accesible a un grupo predecible de internautas: amigos, conocidos, y conocidos de segundo grado, un círculo variable de personas que tienen algún otro conocido común. Y, digo yo, que el hecho de frecuentar algo que en su concepción y formas está preparado para que cualquiera pueda hacerlo, conlleva poca falta de por sí. Aunque sea gente ajena y que nunca deje más constancia de su paso que una IP perdida en algún contador remoto.
El asunto recalcitrante del anonimato es su uso para una carta blanca comunicativa, cuando ésta busca herir o perjudicar a otros, o simplemente lo consigue. Qué menos que una firma o un nick para cultivar la pulla encubierta o el juego abierto. Pero se siente uno mucho más impune cuando no deja un remitente; sobre todo cuando ese remitente existe, y es una de las personas conocidas en segundas nupcias, y tan localizable.
Y, por supuesto, el vulnerado tiene la opción, de nuevo, de restringir sus historias, o de filtrar accesos. O de rastrearlos. O de protestar.
Y el vulnerador, de, además, recurrir a la hipocresía, usada aquí como figura dramática, claro. Y de quejarse de una pequeña muestra de lo perpretado. Claro que sí.
Buenas tardes.
perpetrado.
ResponderEliminarMucho tiempo sin saber de ti...
ResponderEliminarDe lo demás, no tengo idea. Pero el don de la palabra está claro que lo tienes todo tú.
Me diste la idea de volver a cerrar esto al público, ya ves qué casual. Justamente ayer...
Cúidate, Not.