Aquí se viene a jugar con las palabras. A vaciar nostalgias. A comprender miradas y silencios. A compartir sin disfraces. Con seudónimo pero el alma verdadera...

martes, 10 de marzo de 2009

Olores, dolores...

No puedo controlar la ansiedad. Lo cierto es que se me enredan las ganas por todo el cuerpo, especialmente entre las piernas. La prisa me empuja con violencia hacia delante. Y tengo la impaciencia instalada sobre los ojos, que se me nublan. Solo un poco.

Ayer la tarde se me hizo larga, a pesar de ser corta. Una nueva ausencia del despacho, entre lágrimas del género enfado por impotencia. Decía que la tarde se me hizo eterna, como algunos amores mal resueltos, y decidí sumergirme en lo pendiente. Un asunto tras otro, buscando el silencio, tecleando, revisando e informando. Listo. Siguiente. De nuevo la revisión de antecedentes, la breve reflexión, el resultado, la respuesta pasada rápida por las teclas. Fin. Nota para revisión en un mes, quizá quince días. Todo depende.

También he dicho que la tarde se vio interrumpida por un asunto triste. Tant triste que no quiero hablar de él, ni volver a pensarlo.

Me equivoqué, hoy. Visto una de sus colonias. Mientras pulverizaba, abundantemente, mi cuello, mi escote, y frotaba sobre esas zonas los dorsos y reversos de mis manos, también tomaba conciencia del error, grave, que cometía. Bueno, no será para tanto, me dije, que en el gim me ducharé y desaparecerá todo el rastro. Lo peor es que mi cerebro no deja de asociar ese olor con imagenes y hasta vivencias y, sobretodo, recuerdos. Como la última [única] vez que lo escogí después de comprar la colonia en no recuerdo qué aeropuerto en pleno síndrome premenstrual. Seguro. Sé que desaparecerá de mi cuerpo y sabrá permanecer en mi mente.

Y aqui estamos. Mis recuerdos, el aroma y yo, debatiéndonos por imponer un ritmo frenético parecido al de ayer para que mi mente se ocupe y entretenga; y una suerte de bloqueo, que procede de la nariz, me lo impide. Inspiro, inspiro. Pretendo acostumbrarme, que cada bocanada nueva no me desestabilice ni me desplace. Intento que cada vez que lleno mi tórax de aire no vuelvan imagenes de su casa, su cama, su piel, sus manos, su boca.

Falta todavía demasiado para que pueda quitarme ese olor de la piel. Quizá lo mejor sea dejar de respirar...

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