Empiezo a reconocer los procesos. Me está costando, como siempre y porque hacía tiempo que no lo sentía igual. Mucho tiempo, a decir verdad. Este vacío, la falta de ganas, el ostracismo de querer estar encerrada en casa. Cada cosa que hago y las que dejo de hacer siguen un camino que ahora no veo. No pienso. No planeo. Es más, estoy asustada y no me atrevo a tomar decisiones. No me siento fuerte, ergo me noto muy frágil.
Voy del enfado a la tristeza. Poco me muevo de esos dos extremos. Intento entenderlos, cada uno, por separado. Y procuro aplacar el ego, que siempre acaba perdiendo en estos casos. Y el orgullo, también lo retengo un poco. Pero mal. Nada de eso aplicaría ahora. Ni ego ni orgullo. No ahora ni hoy. Lamo mi autoestima como puedo. Y creo que no sé hacerlo muy bien porque sigue ahí, hundida.
Intento recordar que este proceso particular tiene una duración corta, que puedo reponerme rápido, que todo habrá pasado pronto y que volveré a tener fuerza, podré tomar decisiones, ver las cosas con claridad y empezar el olvido. Me veo en el pasado y sé que fue así y lo volverá a ser. Porque cuestionarse las bases de la vida es difícil y pasa factura y arrasa. Pero después se renace. No tengo idea de si recomenzaré más o menos yo, todavía...
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