sábado, 31 de octubre de 2020

De la importancia de las palabras...

A veces caricia, a veces dardo. Es la magia de la fuerza de lo que decimos, que puede hacernos crecer como gigante, sentirnos invencibles o reducir a cenizas un sueño, la vida.

Por eso es tan importante la consecuencia entre lo que pensamos y lo que sale de manera inconsciente, desvelando lo que de verdad sentimos. Sale. Imparable e inevitablemente. Surge inconteniblemente porque es la verdad. Así de simple.

La mentira, a veces, es más difícil de regurgitar. Solo a veces.

También por esa importancia incalculable de lo que decimos es por lo que hay que ser cuidadosa antes de barrer a otro del camino, de la partida o de un proyecto, por ejemplo. Siempre que la voluntad no sea, claro, la de doler a quién nos rodea...

Y esto es especialmente importante ahora que los universos se están reduciendo a microcosmos y las presencias son cruciales y escasas. 

Pero lo que sentimos, lo que tenemos instalado en el alma, las pasiones surgen a borbotones, sin saber ni sentir ni reconocer ni, evidentemente, calcular el verdadero impacto que unas palabras pueden tener una vez fuera de nosotras mismas...

Y eso me recuerda a una popular frase sobre la sinceridad. Dice algo así como que quienes creen que decir siempre la verdad es lo correcto, deberían revisar las maneras para no instalarse en la crueldad. No es exactamente así, pero vamos...

martes, 27 de octubre de 2020

Paz...

A veces no hay alternativa. Cuando el ruido es tan fuerte y hay disconformidad, cuando se echa de menos y hay debate por no recordar o cuando se instala un poco de vacío, se repiten palabras sin decir y existen silencios que arañan.

Es el momento de intervenir y resolver, de poner equilibrio en el desasosiego, de mirar hacia atrás y comprender que hay que hacer las paces con el pasado, cerrar puertas, abrir etapas, renacer y reformar.

Como si fuera fácil. Como si no fuera imprescindible...

lunes, 26 de octubre de 2020

Tu respiración...

Creo que dormías, tumbada sobre tu lado izquierdo, con la mejilla apoyada en mi hombro derecho. Quizá sólo dormitases un domingo de otoño, a oscuras, sin prisas por despertar.

Tumbada boca arriba era imposible ver el techo del dormitorio, que adivinaba. Sin moverme para no interrumpir tu descanso, solo escuchaba.

Respiras como el mar; como las series de olas al amanecer, cuando el agua parece redonda y suave, de colores, y rompe sobre la arena de la playa...

La estepa rusa...

Ni siquiera forma parte de mi lista de destinos pendientes y, sin embargo, en cuanto lo oí ayer comenzó el sueño. 

De ahí salté a otros lugares probablemente más lejanos, ahora que sé que hay sitios a 17.000 kms de esta mesa, silla, paredes, pasillo, calle, barrio, ciudad, país y continente.

Me alejo cerrando los ojos, de aquí, ahora que soy capaz de renegar de alguna de mis otras vidas, de mi misma. Ahora que me doy cuenta de la interminable lista de errores cometidos, desde la elección de las compañías al inexistente proyecto de vida. 

Ahora sé que la vida hay que proyectarla, diseñarla, visualizarla... Nada de improvisarla, como siempre. Dejarme llevar y arrastrar hacia lugares a los que nunca quise ir, dejando de visitar los que sí tengo en la lista.

No me reconozco, ni me identifico, ni me cuadra con lo que alguna vez soñé ser de mayor. Es por eso que no me gusta mirar atrás. Y es por eso que duele tanto cuando, sin querer, lo hago...

viernes, 23 de octubre de 2020

Redefiniendo la locura...

A veces barajamos palabras como peligro, frustración y contradicción.

Luego regresan conceptos como estímulos y novedades, calma, estructuras sólidas, burbuja de protección, objetivos a largo, estabilidad, diálogo, negociación, orden.

La lista del segundo modo es más larga y solo por eso me sonrío, me confío, recupero la esperanza.

Existe un proyecto que se llama eternidad y lo estoy construyendo con miedo, cuidado y ganas. Mi alma me pide diseñarlo con mimo e ilusión. 

Debo redefinirme y reestructurar algunas partes blandas de mi misma. Pero me basta, me empuja, me ayuda, me apetece. De momento, quiero seguir construyendo...

jueves, 22 de octubre de 2020

Ganas de verte...

Parece mentira todo lo que puede suceder mientras estoy en estas cuatro paredes y en modo normal. 

Personas del pasado, ideas, proyectos, propuestas.

Han sido, de verdad, días llenos de muchas cosas. 

Y vacíos de ti...

miércoles, 21 de octubre de 2020

Batida...

Como si fuera una fruta madura, un mango, una fresa o un plátano, por ejemplo. 

He dedicado hoy una hora completa, una vuelta al reloj analógico, sesenta largos minutos sin cobertura en un sótano frío, color crema y demodé, sabiendo que todo ese tiempo iba a ser irrecuperable. 

Me he levantado incluso, tan educada como extrañada, a consultar con las chicas del mostrador si había un error, una omisión o mis papeles perdidos. Pero no: una urgencia se adelantó y retrasó la tarde. 

Nunca olvidaré el mensaje que colgaba en la pared frontal de una prestigiosa clínica de la ciudad, que visitaba una vez al mes durante mis embarazos [y los que se truncaron], y que decía: "No se impaciente si la hacemos esperar, por favor. La próxima vez, podría ser que la estuviéramos atendiendo a usted", o algo así.

Podía dedicarme hoy ese espacio de mi vida sin prisa porque lo había blindado en la agenda [lo primero es lo primero y ¿qué me dices de la salud?] pero sabía que mientras iban entrando mensajes a mi celular que no podía atender ni responder. Eso de por sí ya suele generarme intranquilidad. Me he calmado con plena consciencia, he respirado hondo un par de series, he reclinado la cabeza en el sillón y contra la pared y me determiné a usar como arma mi paciencia para enfrentarme a la espera y a lo que sospechaba que había de venir.

Me llamaron incorrectamente por mi apellido, como suele ser habitual y para mi desesperación y la de toda mi estirpe, para hacerme entrar en una sala todavía más fría y desangelada. Me desvestí, me puse la bata [¿anudada delante o detrás? como quieras porque no tiene importancia...], me quité todo lo metálico y me condujo al lugar en el que estaba el "monstruo". Al ver el aparato...:

-Perdona, pero en la documentación que me habéis hecho llenar he indicado que tengo claustrofobia -le digo con cara de pánico y los ojos fuera de las órbitas, además de con impaciencia mal disimulada, como si ella tuviera alguna culpa.

-Eso se pone para que lo sepamos pero solo tenemos esta máquina y no podemos hacer nada. Ven y pruébalo. A ver...

He sabido que ésta vez no iba a poder. En el pasado sí. Mentalizada y estable, confiada y tranquila. Pero no hoy. No ahora. De ninguna manera. No y no.

Me ha introducido veinte o treinta centímetros en la corona circular, mal contados, ni llegaban, y he comenzado a hiperventilar mientras levantaba la mano derecha diciendo que no. De manera simultánea, todo. Y me he rendido. A la evidencia y al reto.

Hoy han podido conmigo. Me han batido. Como a una fruta madura...

Detengámonos a sentir...

Hay tristezas e incertidumbres, en éstos tiempos. Y después están los detalles que suceden, en los que no reparamos, que se producen imperceptibles, sin ruidos ni estridencias.

Hay cosas bonitas en las esquinas de la casa, en ésta habitación enorme y vacía, en el pasillo blanco y en el dormitorio, entre los pliegues de las sábanas, en tener agua corriente para una ducha caliente ahora que empieza a refrescar.

La belleza está en cualquier lugar, en una sonrisa enorme detrás de la pantalla, en la voz que llega de lejos y transmite afecto, en la dosis justa, en la medida imprescindible, ahora que el contacto es un lujo que extrañamos y nuestros universos son irremediablemente limitados.

Parémonos a escuchar, observemos los cielos con nubes, escuchemos los silencios permanentes, ésta quietud sorprendente, nueva y extraña. 

Sintamos. 

Sin más...

martes, 20 de octubre de 2020

Soñar recuerdos me salva de mi...

Me fascina esta incertidumbre y sé que repito la palabra. Hasta ese conjunto de letras me gusta. Es curioso...

Puedo volar a cualquier lugar en el que he estado antes y repetir: veranos, olores, azules, besos, colores. Antojo.

Repito proas y popas, 

  • ventanilla en la fila 2 de un B380, 
  • hoteles pequeños con baños de microcemento gris y blanco y celeste, 
  • playas de piedras finas color ocre o arena blanca, 
  • eriales gracias a vientos fuertes cerca del mar,
  • paredes de bambú y masajes,  
  • la cara helada deslizándome deprisa por la nieve blanda,
  • el olor cítrico del aceite, 
  • verdes tropicales y vientos. 

También puedo elegir pasar frío de verano en una montaña o sudar repentinamente después de una ducha en Bangkok, 

  • volver a tocar seda y algodón, 
  • saborear un mango maduro comprado en un puesto ambulante a pie de carretera, 
  • bajar de la moto sin casco y tomar unas fotos de la inmensidad del Mediterráneo a mis pies, 
  • escuchar el silencio de los pescadores cosiendo sus redes al atardecer, 
  • anudarme un pañuelo a la cabeza para que el sol me de un respiro, 
  • caminar buscando la cala inexplorada y desconocida, 
  • quitarme las botas de esquiar al llegar al hotel,
  • nadar y flotar durante horas en un mar turquesa y límpido, 
  • desayunar unos huevos Bénédict 
  • y comer una ensalada griega a media tarde, 
  • nadar en la piscina infinita más bonita del mundo, flotar,
  • tomar una ducha con la piel quemada y tumbarme a ver ponerse el sol, 
  • ver llover, 
  • caminar descalza sobre la hierba,
  • leer un rato. 

Escucho músicas que bajan mis biorritmos y me tranquilizan como si fueran la nana más bonita del mundo o uno de tus abrazos.

Puedo hacer miles de cosas desde la silla en la que me instalo últimamente, sólo con cerrar un poco los ojos y elegir el destino, el recuerdo, como quien decide la película, el documental de la noche en uno de esos portales de pago. Diría que eso me salva. De todas las cosas tristes, de los conflictos y los miedos, de las tentaciones, de las prisas y mis impaciencias, de las ausencias violentas, de los silencios, del aburrimiento y la nostalgia, de mi misma.

Soñar recuerdos me salva...

Hábitos, costumbres...

Estamos empleando con asiduidad palabras nuevas y nos acostumbramos. Cambiamos rutinas y dejamos de hacer, con marcada resignación. Nuestros universos se reducen un poco cada día y el contacto es más escaso. No hay mucho contra lo que rebelarse y vamos aguantando.

En mi caso, muta mi carácter notoriamente impaciente, exigente y activo. Soy, probablemente, una sombra borrosa de lo que fui. Veo pasar los meses y las oportunidades y las ganas. Acepto, simplemente. Y proyecto.

Siempre he necesitado tener planes a corto, viajes a medio y un proyecto de vida, a lo lejos. Soy simple, al fin y al cabo. E intento orientarme, ahora que cuesta tanto tener uno solo de los tres objetivos. Busco mi lugar, como todos. Y me repito mantras del tipo "todo pasará", "queda un día menos", "volverás a...".

Recupero la mirada perdida a contraluz observando un ramo de margaritas amarillas sobre la mesa del salón que ahora es una oficina, mientras sueño...

jueves, 15 de octubre de 2020

Momentos Disney...

Que la vida no es una película de Disney lo aprendemos a los diez años, probablemente. 

Pero me gusta la idea de construir una vida llena de tantos momentos bonitos como sea posible. Partiendo del valor de la palabra, la importancia de un gesto, la contundencia de un silencio, la solidez de las letras.

Hay miles de detalles ocultos, esperando a ser aflorados y la creatividad no tiene límites, por suerte. A veces repetimos, es cierto. Pero pienso que es irrelevante porque los momentos dependen de las personas que los construyen y son, por ello, irrepetibles. Otras veces, en cambio, nos desdibujamos y simplemente dejamos de ser, de hacer, incluso de sentir.

En este tiempo loco protagonizado por la incertidumbre, ahora que es momento de opacidades en lugar de brillos, en esta fase de mates, urge construir la roca a la que sujetarse fuerte, no detenerse y encontrar el nuevo ritmo, aunque de pronto el universo sea tan pequeño... 

Cuando te dicen que eres guapa...

Todos lo tenemos y no lo recordamos. Es indeterminado e invisible, apenas hace ruido, aunque depende de la persona. Es el ego, que también se conoce como alma, conciencia, ser, instancia, cognición.

Definiciones aparte, sienta genial que alguien te mire a los ojos y te diga, con los ojos muy abiertos y sonriendo: "Eres muy guapa!!".

Lástima que luego añada un: "...con este jersey de rayas!!" y recuerdes que es extranjera y, por tanto, confunde los verbos ser y estar. 

Agradable, igualmente, por cierto...

sábado, 10 de octubre de 2020

Cerca de algún mar...

Leo un relato corto que me regalan desde lejos. Es un libro de relatos, en realidad. Digital. Busco el título recomendado con ilusión. Al segundo párrafo mi cabeza se ha ido a dos o tres sitios a la vez y solo se me ocurre dejarlo y reconocer que todavía no soy capaz de concentrarme. Ni siquiera en la lectura.

Me resuenan dos palabras leídas por ahí: “paisajes soñados”. Y pienso en cuáles son los míos, de tenerlos. Suelo fantasear impune y libremente con proyectos, casas, lugares. A la hora de la verdad, de tomar una decisión, me arrugo, me asusto, me fallan las fuerzas y me asaltan los miedos. Paralizada, todo permanece inalterable y en el mismo lugar. Esta sensación de encierro me ha convertido en un ser acobardado [por no decir cobarde, así, con tidas las letras].

Tiendo a pensar que cuando deba ser no me temblará ni el pulso ni las piernas, todo fluirá con facilidad y visualizaré mi paisaje con facilidad, claramente y sin ninguna duda. Cuando reconozca mi paisaje, mi lugar, la latitud, el punto exacto. Cuando venza mis miedos, la falta de seguridad y lo que representa, el temor a errar, a tener que deshacer, a necesitar retroceder. Dolor.

Pero en el fondo sé que hay un lugar cerca de algún mar...

miércoles, 7 de octubre de 2020

Vivir sin tí...

Todavía era atractivo. Iba a cumplir los sesenta con bastantes kilos de más, a pesar de haber perdido veinte en los últimos meses. Tenía algo... Pertenecía a una de esas buenas y numerosas famílias de la zona alta de la ciudad de bonito apellido compuesto, vinculado al sector legal. Parecía un tipo solvente y fuerte, además de serio y seguro de sí mismo. Y tenía unos ojos azules inquietantes y saltones que le aportaban un aire informal y poco distinguido.

Su esposa era de sus mismas características de orígen, quizá incluso mejores, y había sido especialmente bella, tanto como para que la gente se preguntara qué hacía casada con su marido. Tanto tiempo. Treinta años de matrimonio y tres hijos después seguían juntos. Era alta, delgada, esbelta, morena y con una media melena muy lisa y brillante. Reía a menudo y era dulce y cariñosa, de buen carácter.

Durante la pandemia de 2020 se dividieron: él se fue al chalé de la playa con su suegro y la hija menor. Ella se quedó en el piso de la ciudad, con los otros dos hijos varones y Hulk, el pastor alemán de la familia, que iba por los quince, renqueante y tranquilo. Cada cuál vivió el confinamiento a su manera y se dedicó a lo que pudo: estudio, lectura, mucha televisión, bricolaje, jardinería, juegos de mesa, meditación... Un poco de todo.

Él eligió entregarse a la bicicleta estática y a cortar el césped. Llegó a tenerlo impecable; como nunca. Ella a leer filosofía advaita y a buscarle el sentido a la vida. Dos formas bien distintas de plantearse los sesenta que ambos estrenarían antes del fin del año.

El día en el que por fin pudieron reencontrarse, tras tres meses de separación, él regresó de manera un poco automática a la casa de la ciudad y en la cocina se acercó a su esposa con la intención de besarla en la mejilla y abrazarla con cariño. Ella le detuvo alzando las dos manos con las palmas abiertas y, muy solemne, le dijo: “Ahora sé que puedo vivir sin ti. Y es lo que quiero hacer durante el resto de mi vida”.

Él recogió sus cosas sin entender qué estaba sucediendo y desde entonces vive en casa de uno de sus muchos hermanos, mientras decide en qué momento de sus treinta años de matrimonio la perdió para siempre, convencido de que ella le amaría eternamente.

martes, 6 de octubre de 2020

A veces lo único...

A veces, lo único importante, lo más urgente, lo verdaderamente efectivo es que te abracen muy firme y te hagan callar besándote la sonrisa...

lunes, 5 de octubre de 2020

A vueltas con eso de amar bien...

Yo cuento muy mal los tiempos. Y eso hace que no recuerde cuándo fue que me dí cuenta de que era una malquerida y comprendí que no sabía querer bien.

No importa mucho el cuándo [aunque se me está haciendo eterno, la verdad] pero sí sé que comencé una búsqueda que aún no ha acabado. Búsqueda de respuestas, para entender.

Me encontré, por ejemplo, con Joan Garriga (demasiado gestáltico para mi gusto), que dice que "el buen amor se reconoce porque en él somos exactamente como somos y dejamos que el otro sea exactamente como es, porque se orienta hacia el presente y hacia lo que está por venir en lugar de atarnos al pasado y sobre todo porque produce bienestar y realización".

Él mismo relaciona las cinco condiciones para el bienestar de la pareja, de Swami Prajnanpad, un sabio hindú:

- que sea fácil, cómodo, natural, que fluya sin demasiado esfuerzo,

- que se trate de dos naturalezas no demasiado incompatibles, no demasiado diferentes,

- que los miembros de la pareja sean verdaderos compañeros, se sientan acompañados porque el otro es un amigo y la amistad no se desgasta con el paso de los años,

- tener fe y confianza plena en el otro, la convicción de que no nos va a dañar porque quiere nuestro bien y

- desear por encima de todo que el otro esté bien, incluso sobre nuestros miedos o carencias.

Define el amor maduro como el que busca la compañía, el compartir y el cuidado, y goza de tranquilidad. Desde un mayor entendimiento, comprensión y respeto.

En el buen amor, prosigue, nos sentimos reales, abiertos, respetuosos y somos más y más felices. está basado en el orden, el equilibrio, en la mirada dirigida a la vida. Es una relación entre adultos bien sostenidos en sí mismos y en su historia familiar, que han podido curar sus heridas. El mal amor es justo lo contrario: las complicaciones y los juegos psicológicos.

Y con todas estas palabras...

domingo, 4 de octubre de 2020

Jerusalema o cómo animarse y bailar...

Mucho sin pasar por aquí. Y muchas cosas y kilómetros y palabras. Algún silencio y muchos campos, alguna risa, unos brindis y desgaste salvaje. Suerte que los astros vaticinaron que comenzaba una etapa breve de construcción a largo plazo...!

Pero he regresado intentando reconstruir, recrear, redefinir, volver a sentir. Difícil, en cualquier caso.

He acabado, por fin y sin prisas, un pequeño libro que me regalaron este mes de agosto, muuuuuy al sur, pies en la arena, al final de una larga jornada implantada brevemente en otra familia. Fue una recomendación sentida (perdida, me intuyeron...?) y la obra, sin grandes pretensiones, recoge algunas ideas conocidas y ofrece soluciones que ya sabemos todos pero siempre ayuda que nos las refresquen.

El libro es pequeño y cuadrado, tiene la letra grande y el diseño austero. Pero creo que lo guardaré toda la vida. Por quién me lo regaló (improbable que vuelva a cruzarme con ella), por lo que he sentido al leerlo, porque es importante, en fin.

Me quedo con esto: “Cuanta más confianza tenga un ser humano en otro, mejor podrá amarle. Porque el amor es confianza”. O con esto: “El secreto es vivir plenamente en lo que se tenga entre manos: totalmente ahora, totalmente aquí”. Y con esto: “Nos pasamos la vida manipulando cosas y personas para que nos complazcan. La dicha radica en no manipular, limitarse a ser lo que se ve, se oye o se toca”. 

También dice que lo que nos hace sufrir es nuestra resistencia a la realidad o que el dolor es nuestro principal maestro. Pero probablemente elijo esta frase: “Basta no tener ideas sobre las cosas o situaciones para vivir completamente dichoso. La fórmula es tomar las cosas como son, no como nos gustaría que fueran. Dejar que el otro sea lo que es. Tú eres tu principal obstáculo. El dolor deja de ser tan doloroso cuando te acostumbras a él”.

A que todos lo sabíamos todo? Vale, pero también reconforta releer, recordar. A veces.

Mientras, voy a seguir intentando bailar (sin challenge), esta canción y recordando a los bailarines que me han hecho engancharme a ella, un poco en bucle. Porque anima...