Autora novel hija de pintor reconocido y recientemente fallecido. Exposición y performance magnífica y sorprendente en un lugar público de la ciudad. Su amplia familia presente, enzarzada con la mía por generaciones, entre amplias coincidencias y cariños sin disimular. Solo yo pude representar a los míos. Su única hermana, gran amiga de esa infancia que aparece borrosa en mi ya escasa memoria, amiga recién recuperada en una madurez serena, completa, ordenada.
Caras serias y circunspectas observábamos la pintura, sus cerámicas, algo de su música. Una mujer muy bella por fuera [elegante como su madre, la primera que abandonó estas luchas extrañas], rica por dentro [por parte de padre, claro]. Dulce, amable, cariñosa, con un eterno novio que pasó a ser marido primero, padre de una parejita hoy ya mayor después. Y ahora viudo en la primera mitad de los cincuenta, desordenado, desubicado, ausente, ido. Como solo se van los ojos hacia la nada cuando la vida deja de tener sentido.
El corazón le falló en diciembre, por sorpresa. Me presentaron a esos críos que veía jugar en verano y son cuasi adultos que deben ocuparse ahora de su progenitor. Ella, fotocopia de la belleza materna y el atractivo paterno. Él, el artista bohemio, herencia de la madre y el abuelo ausentes, fue quien montó la exposición homenaje. Necesito ayuda para organizar eventos, en los próximos meses. Le dí mi tarjeta y un par de besos mientras le acariciaba abiertamente la espalda con mi mano derecha, diseñando un gran círculo imaginario.
Abandoné el lugar paseando. Miré a la luna con una sonrisa tímida y pequeña, como cuando sucede que sonreír avergüenza [por el lugar, las circunstancias] y me despedí de ella. Para siempre. Me gustó pensar que, como madre, hubiera agradecido mi interés por su hijo. Y eso fue suficiente para llenar mi día de esperanza...
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