Mi querida (nombre a elegir)…
Espero que no te importe que te llame así después de tanto tiempo y que mi inesperado mensaje te encuentre bien.
Sorprendida, ¿verdad? Ya imagino… Han pasado 18 años desde aquel verano de 2025 y el contacto entre nosotras se fue desvaneciendo hasta desaparecer. Era de esperar y las dos lo supimos desde el primer día. Pero también sabíamos que era lo mejor.
De hecho, te escribo a esta cuenta de correo con la ilusión y la esperanza de que la mires de vez en cuando. Por eso, me encantaría que, si me lees, me lo comuniques, por favor. Bastará con uno de tus “A.R.”.
Recordarás que me pediste que te informara si pasaban cosas importantes en mi vida, ¿verdad? Si me casaba o cosas así… Pues en todo este tiempo me han ido pasando cosas, claro. Bastante predecibles, poco relevantes y siempre pensé que no era cuestión de romper el silencio por esas tonterías. ¡Con lo que nos costó aquello del contacto cero!
Me jubilé antes de lo previsto después de hacer equilibrios con algunos ahorros, éxitos de emprendedores a los que ayudé sin pensarlo mucho y alguna venta. Eso no es nuevo, ya lo habíamos hablado, pero dio dolores de cabeza en su momento. Ya no tenía ganas de seguir gestionando dificultades… y me volví egoísta. Primero yo. Después el resto. Y una vida simple y fácil.
Estuve sola algún tiempo y aprendí a superar mi miedo a la soledad y al abandono. Muchas lágrimas por el camino, algunos retiros por medio mundo, seguí la terapia y estudié la filosofía advaita, el budismo y algo de medicina ayurvédica. Meditación y música tranquila, sin letra, para aburrirme, concentrarme y tener grandes ideas… Me he cuidado tanto como he podido, en realidad.
Escribí un par de novelas en las que te hubieras visto reflejada. Con pseudónimo, claro. Eso fue parte de la terapia para superarte. Todo eso. Con poco éxito, porque no ha habido día en el que no haya pensado en ti… Yo ya sabía que iba a ser así y te lo dije. No me creíste. Pero yo he cumplido mi palabra, como mujer seria y responsable que siempre he sido. 18 años después y todavía te quiero.
Vivimos en Troncedo algunos meses al año. Y el resto del tiempo nos instalamos en una casita muy cerca del mar, en un rincón solitario, que es dónde prefiero pasar los inviernos. El gimnasio con vistas al Mediterráneo te encantaría, estoy segura. Y la piscina salina, también. Vamos improvisando, según nos apetece. Y procuramos escaparnos tanto como podemos. Algunos días, a cualquier parte, con excusas tontas como un nuevo restaurante o una exposición. Eso me da la vida… siempre ha sido así.
Seguí haciendo ejercicio, siguiendo tu recomendación, y trabajé el peso. A mi edad, aún tengo los hombros torneados, como sugeriste aquel verano: ¡que era lo que había que trabajar! Que el resto estaba bien, en especial los cuádriceps y los bíceps. Gracias. Y tengo mis rutinas, ya sabes. Comida saludable, paseos, fuerza, padel, invitados en casa que se preocupan por nosotras. Retomé el golf y recibo clases cada semana. El profesor es un encanto y el deporte es tan difícil como siempre. Excusas para no estar quieta...
Mucho tiempo después de nosotras y cuando estuve segura de que eras una cabezota que me había dado calabazas para siempre, apareció Laura. Bueno, antes hubo algún que otro lío, más o menos serio, más o menos largo. El récord de “casi algo” sigue siendo tuyo. ¡Ni dos semanas! jajajaj
Ella era perseverante, inteligente, divertida y con muuuucho sentido del humor. Somos grandes amigas, además de una pareja un poco sorprendente porque somos dos almas libres que se eligen cada día para estar juntas. Nos acompañamos, nos contamos nuestros días y a veces coincidimos en el jardín, plantando o podando algún seto que se quiere escapar. Ella es más perfeccionista que yo, ¿te imaginas la combinación?
Tendrías que probar nuestros melocotones, por ejemplo. O el aceite. Si te animas y te das prisa todavía llegamos a tiempo. Y así te presento a Laura y a Blues.
Nunca hay nada igualable al primer amor, ¿verdad? O al amor que te abre los ojos y marca tu destino, como me sucedió contigo, pero no me quejo. Si en una relación siempre hay uno que ama y otro que se deja amar, adivina quién juega cada papel en mi relación con Laura. Venga, adivina.
Mis hijos me hicieron abuela a partir de enero del 2026 y tengo cuatro preciosos nietos, que vienen de vez en cuando y se quedan con nosotras. La casa es suficientemente grande. La construimos pensando en eso y en que fuera un lugar en el que la gente se sintiera bien… ¿Te he hablado del gimnasio que hay en el piso de arriba? Te encantaría…
Laura me regaló por uno de nuestros aniversarios un precioso cachorro de una camada que apareció por el pueblo. No me deja ni a sol ni sombra y escribir o estudiar con él a mis pies es una de las cosas más reconfortantes que hay en mi vida, ahora. Es alegría, es excusa, es motivo y es razón. Se llama Blues, porque tiene los ojos tristones, como caídos y fue lo primero que pensé al verle, que el tipo era un triste.
Una vez hecha la introducción y el resumen de lo que han sido estos 18 años sin ti, voy a ir al grano porque imagino que todavía no supones el por qué de mi correo. ¿A que no?
Bueno, es lo que vendría siendo un clásico en cualquier final de novela. Fácil de imaginar. Parte de una terapia personal, un cierre bien hecho, desde el corazón, imprescindible.
Hace un par de años me tocó a mí. Un dolor de espalda distinto, que no se iba ni con masajes ni con antiinflamatorios. Otro clásico en mi familia, el riñón. Pero a mi se me presentó mucho después de los 63 años de rigor en los que fallecieron mi padre y mi hermana Lena. Todo eso que gané, en realidad.
La quimio y todo el proceso ya lo imaginarás y voy a ahorrártelo. He estado bien acompañada, por Laura y mis hijos, por supuesto. Entradas y salidas al hospital, tratamientos nuevos, esperanzas rotas y al final, hace dos días, esa frase: “ya no queda nada por probar, Silvia. Esto no se detiene y nos hemos quedado sin alternativas. Lo siento tanto…”. Dos años procurando no perder la sonrisa ni ser una carga… Y a la pregunta de cuánto queda, una mirada baja y apenada de la doctora, encogida de hombros: “un par de meses, quizá…”.
La psicooncóloga me recomendó que contactara sin demorarlo demasiado a las tres o cuatro personas más importantes y despedirme de ellas como toca, de frente y con sinceridad. Sin abusar, eligiendo bien. Que era un buen ejercicio en casos como el mío. Por mí misma, por la otra persona.
Y le he estado dando vueltas a quienes iban a estar en esa breve lista y cómo iba a despedirme de cada una.
Viniste a mi mente casi la primera. Y supe que no quería que me recordaras así, que prefería que te quedaras con la imagen borrosa de mis 61 años, si es que aún queda algo de mí y de nosotras en tu memoria. Y también recordé que te gustaba que te escribiera, así que todo cuadró fácil. Sin citas, sin miradas de lástima, sin momentos incómodos ni nervios. Por escrito.
Para mi es hoy muy importante poder decirte que fuiste muy importante para mi en ese momento de la vida y que aprendí algunas cosas valiosas en el breve tiempo que compartimos. Gracias, de corazón.
Y poder disculparme de nuevo contigo por no haber sido capaz de darte seguridad y estabilidad, a pesar de haberlo deseado con todas mis fuerzas. Espero que hayas sido feliz, a tu manera, pero feliz.
Me encantaría abrazarte, pero estoy tan delgada que tus largos y fuertes brazos me darían dos vueltas, por lo menos.
Seguiré pensando en ti, como cada día, hasta el último.
Te quiere,
S.