Salir de todo lo confortable para romper con el resto. Y descubrir la anchura del espacio, la magnitud de las distancias, la duración del tiempo, las calles llenas de decadentes casas de colores y los ríos ingobernables, con sedimentos que los transforman en difícilmente transitables. La otra orilla, otro país. Majestuoso, todo. Incluso por la despoblación y los vacíos. Distinto, cercano, abierto y lleno. Huele a vino y a asado, a dulce de leche y a queso, a agua con gas y ganas de innovar. Aprenden, se acercan, mientras inspiran. Las gentes abren su vida y su casa y la regalan junto con su tiempo, improvisando, mientras uno se sorprende evidenciando que jamás lo haría, de vuelta. La vida corre lenta, pensando en qué será lo siguiente. Y da ideas, te llena de estímulos y de oportunidades, mientras inician la primavera y los verdes brotan limpios y frescos, hacia nuevas cosechas. Los espacios, que empequeñecen a cualquiera, sin pedir permiso, desbordando, recubriendo, inundando entre sequías.
Quería evitar la expresión tierra de contrastes; sobretodo, la última palabra. Pero ha sido inútil...
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